REFLEXIONES

¡QUÉ representación más hermosa ofrece este capítulo de un ministro fiel y laborioso, en el carácter de Moisés! ¿Quién puede contemplar a este anciano siervo de JEHOVÁ, predicando así hasta el final de la vida, y repasando una y otra vez en relación, todas las grandes cosas que el SEÑOR le había mostrado a él y al pueblo, sin ser impresionado por la hermosura de tal ministro, y siendo inducido a admirar cada vez más esos santos principios que se esforzó por imprimir en la mente de la gente.

Pero aquí también, como en todos los demás casos, ¿cómo la contemplación del siervo lleva el corazón aún más inmediatamente al amo? Eres tú, bendito JESÚS, cuyo ministerio es glorificado incluso a la vista del celo de tu siervo. Viniste, lleno de gracia y de verdad, para dar a conocer a tu pueblo el consejo eterno de paz en tu pacto de justicia y sangre. Y cómo tú, incluso ahora, todavía nos recuerdas, por tu ESPÍRITU, las continuas misericordias del SEÑOR y nuestra indignidad.

Continúa, amado SEÑOR, aún las dulces influencias de tu ministerio, hasta que, como Josué, nos lleves a donde Moisés y la ley no pueden conducir, incluso al otro lado del Jordán de la muerte, para contemplar tu gloria y morar contigo para siempre.

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