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El Predicador abre este Capítulo con una fuerte prueba de vanidad en que un hombre se entrega a otro; y el fruto de todos sus trabajos lo disfruta un extraño. Demuestra que la vida más larga que se pasa en la vanidad, se pasa pero en aflicción de espíritu. Y llega, al cierre del Capítulo, a la misma conclusión que antes.

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