REFLEXIONES

PRECIOSO Señor Jesús! ¿Quién puede leer este capítulo y recordar tu maravillosa condescendencia al llamarte a ti mismo la vid, sin conectar con ella la seguridad eterna de tu pueblo en ti? Tú, amado Señor, fuiste la vid verdadera plantada a la diestra del Señor. Tú eras la rama del crecimiento. Y aunque, por la inigualable humildad de Tu persona, no pareciste más que como una raíz de la tierra seca, tan poco prometedora como el tallo de la vid, tus ramas han atravesado el muro. Y aunque los arqueros te entristecieron mucho y te dispararon, tu arco permaneció firme, y los brazos de tus manos fueron fortalecidos por las manos del poderoso Dios de Jacob.

Tu Jerusalén, tu ciudad santa, oh Señor, ha encontrado redención de estar unida a Ti. Como ramas en Ti, Tu pueblo florece y da fruto. Sin Ti no son nada. ¡Oh! para que la gracia viva plenamente en Ti y sobre Ti, y para siempre saborear el precioso fruto de las uvas que fortalecen el alma; sí, Señor, para beber del fruto de la vid que diste para tu pueblo, cuando fue pisoteado en el lagar de la ira del Dios Todopoderoso. ¡Señor Jesus! Tomaría la copa de la salvación e invocaría el nombre del Señor. Me sentaría bajo tu sombra con gran deleite, porque tu fruto es dulce a mi paladar.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad