REFLEXIONES

¡LECTOR! No descartemos este capítulo tan hermoso e interesante hasta que, bajo la enseñanza de Dios el Espíritu Santo, hayamos reunido algunas de las muchas instrucciones benditas que contiene para nuestro Mejoramiento, tanto en humildad como en consuelo.

¡He aquí qué representación completa el Señor hace aquí de cada pecador que fue llevado a circunstancias perecederas por la caída! ¡Qué somos, qué es cualquier hombre, sí, cada hombre, por naturaleza y por práctica, sino como este pobre, indefenso e inconsciente infante arrojado a morir en campo abierto! No sólo estamos expuestos a la ruina sin fin, y somos incapaces de nosotros mismos, como el bebé recién nacido en la naturaleza, de ayudar a nuestra propia recuperación; pero somos, como el bebé, inconscientes de nuestro peligro, y no somos conscientes de nuestro miserable estado.

¿Ha pasado Jesús y nos ha dicho que vivamos? ¿Acaso Él, a pesar de toda nuestra vileza, cuando aborreció a los ángeles y a toda la creación de Dios, nos vio y nos amó en nuestra baja condición, casó nuestra naturaleza, nos unió a Él, nos lavó, nos vistió, nos alimentó, nos sostuvo? , y aun en medio de todos nuestros retrocesos y apartamientos de Él, todavía, de Su pacto de amor, ¿nos guardó por Su poder omnipotente por medio de la fe para salvación? ¡Oh! ¿Qué recompensa, o, puesto que toda recompensa falla, qué testificará un sentido de Su gracia y de nuestros inmerecidos? ¡Precioso, precioso Jesús! Haz, por Tu bendito Espíritu, obrar en nosotros tanto el querer como el hacer, de Tu buena voluntad.

¡Oh! haznos saber en verdad y en verdad, como Tú has dicho, que Tú eres el Señor; porque seguramente nadie más que la longanimidad y la paciencia de Jehová podría resistir las continuas provocaciones y el corazón de puta de Tu pueblo. ¡Señor! Te ruego que, como un dulce y precioso testimonio de que aún estamos dentro de las ricas misericordias del pacto, tanto el corazón del que escribe como el del que lee puedan tener esas benditas propiedades de la gracia registradas aquí.

Para que, en verdad, recordemos y seamos confundidos, y nunca más abramos la boca en una forma de autojustificación o deleite propio, debido a nuestra vergüenza cuando estás pacificado con nosotros por todo lo que hemos hecho, oh Señor Dios. Amén.

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