Quizás no haya un relato más bendito de la gracia del evangelio, y de lo que fue y siempre debe ser evangelio, que el que se encuentra en estos versículos y los anteriores. En el primero tenemos toda la causa de la misericordia; es decir, la voluntad y el placer soberanos de Jehová. En estos últimos, tenemos los graciosos efectos de la misma. Jehová, en su triple persona y carácter, es la única causa de todo: y su gloria el primer y último fin y diseño de todos: Y la consecuencia de ello, en lo que respecta a la felicidad de su pueblo; en gracia aquí y gloria en el más allá, está vinculado en la misma cadena.

¡Y lector! No dejéis de observar las dulces propiedades de su gracia, en los corazones de ese remanente a quien el Señor deja. Se acordarán del Señor; se aborrecerán a sí mismos; y conocerán a Jehová en su relación de Pacto; y confesarán más libre y francamente la justicia del Señor en todas las dispensaciones del Señor. ¡Lector! aquí aprenda las evidencias más verdaderas de un corazón regenerado. Auto-aborrecimiento, auto-aborrecimiento; Gloriando a Dios, exaltando a Dios, estos eran en los días de Ezequiel, tan verdaderamente como lo son en los nuestros, las señales más seguras de la conversión real del alma hacia Dios. ¡El Señor se las dé tanto al que escribe como al que lee! Amén.

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