REFLEXIONES

¡LECTOR! he aquí un capítulo muy solemne, lleno de terribles amenazas: de principio a fin. Y, mientras leemos lo que aquí se dice, ¿no podemos, aunque de la boca de uno, que mientras profesaba un conocimiento de Dios, en las obras lo negó, tomemos el mismo lenguaje y digamos como él dijo: Dios no es un hombre, para que mienta, ni el Hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? ¿O ha hablado y no lo cumplirá?

Señor Todopoderoso! que mi alma se hunda en el polvo ante tu divina majestad. Y aunque mirando hacia arriba con humildes esperanzas de aceptación en ya través de la persona, la sangre y la justicia de tu amado Hijo; sin embargo, Señor, mi misma carne tiembla cuando pienso en tus juicios. Has dicho, y seguro que debe cumplirse, serás un testigo rápido. Y ¡oh! ¡Cuán exacto, cuán incontestablemente verdadero debe ser tu testimonio! Ninguna acción puede ser desconocida para ti; ni un pensamiento escapa a tu atención.

¡Oh! ¡Hijos de los hombres! piensa, antes de que sea demasiado tarde, cuán tremendo será el juicio de todo ese desprecio o desprecio, el único medio posible de escapar de la ira venidera. ¡Qué eterna palidez, pavor y horror habrá sobre todos los rostros que han rechazado a Cristo, la única ordenanza de Jehová para salvación! Besad al Hijo, no sea que se enoje, y perezcáis del camino, cuando su ira se encienda un poco. Bienaventurados todos los que en él confían.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad