¿Puede haber una descripción más dulce que la que contienen estas palabras, de la gracia de Dios, en su trato con los pecadores? El Señor corrige; el Señor esconde su rostro; el Señor envía aflicción. La ola sigue a la ola, hasta que el alma irreflexiva se humilla. Pero cuando al fin la mano que golpea, aplica instrucción al golpe; y el Señor, que envía la vara, hace que la pobre criatura oiga la vara, y la establece; entonces el clamor sale del alma: ¡Salva, Señor, o perezco! Pero te ruego, lector, que observes en todo esto que es la única obra del Señor y totalmente para la propia gloria del Señor. El Señor crea y crea de nuevo el corazón y los labios. Es él quien hiere y cura. ¡Oh! ¡la bienaventuranza de la gracia soberana!

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