¡Lector! ¡Observa conmigo la infinita gracia del Señor! mira cómo, en medio de todas las santidades del cielo, el caso de un pobre pecador en la tierra fue tomado en cuenta y provisto. Puede estar seguro de que el Señor lo hace continuamente por todo su pueblo. Al volar uno de los serafines hacia Isaías y realizar este acto de gracia, confieso que estoy más fortalecido en mi creencia de que los serafines eran representaciones de Jehová en Cristo.

Es el oficio del Espíritu Santo tomar las cosas de Jesús y mostrárselas a la gente. El altar no puede significar otro que Jesús. Y es la sangre de Jesús la única que limpia de todo pecado. Pero mientras expreso así mis opiniones sobre el pasaje, deseo hacerlo con la más mínima reverencia. Solo pregunto humildemente si no es así. Muy, muy lejos de hablar decididamente sobre ello. ¡Señor, quita la iniquidad de mis labios y de mi pluma, como hiciste con misericordia, quita la culpa del profeta!

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