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El tema de éste, y todo lo que queda en el libro de los Jueces, adquiere una terminación diferente a la anterior. El lector recordará el título que lleva: las transacciones aquí registradas; donde en aquellos días cuando no había rey en Israel; cuando cada uno hizo lo que era recto o agradable a sus propios ojos. Y cuán acertado era eso, el triste relato que aquí se da lo muestra con demasiada claridad.

En este capítulo tenemos, en el ejemplo de una casa y una familia, una característica viva de la idolatría de la tierra. Miqueas coloca una imagen para su dios, de plata robada a su madre: y toma a un levita vagabundo para su sacerdote.

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