REFLEXIONES

¡Salve, glorioso Señor del sábado! Bendito Jesús, manifiesto a mi alma y en mi alma, que eres Señor del día de reposo y de mi corazón; reinando allí, y gobernando allí, y dándome de comer del pan de la proposición de tu cuerpo, que es el pan de vida, para que yo tenga la vida eterna permanente en mí. Y haz tú conmigo, oh Señor, como hiciste con el pobre en la sinagoga, con todos los afectos marchitos de mi pobre naturaleza; ¡Pídeme y capacítame para que extienda la mano de la fe y eche en ti la vida eterna!

Y ¡oh! Padre Todopoderoso! en tu graciosa labor de oficio en pactos de misericordia, dame escuchar la dulce proclamación de tu siervo a quien has elegido, y en quien, como Cabeza y Fiador de la Iglesia, te agradas y te has deleitado. ¡Oh! por las enseñanzas de Dios el Espíritu Santo, para conocer a los escogidos de Jehová y al amado de Jehová, como mi amado, un Salvador manso, un Salvador de corazón tierno, un Salvador bien calificado y poderoso; quien, aunque tan manso como para no quebrar la caña cascada, ni apagar el pábilo que humea, es tan poderoso como para enviar juicio a la victoria, y en cuyo nombre confiarán los gentiles.

Y no menos Espíritu Todopoderoso, enséñame así, y guíame a toda la verdad, para que del buen tesoro mediante la regeneración y la renovación diaria de tu gracia que has puesto en mi corazón, produzca cosas buenas, mientras la generación de víboras, por sus maldades, manifiesta la semilla de donde brotan, ¡sí! Señor, dame para ver y saber, por experiencia sincera, por tu obra soberana allí realizada, que soy de la relación mística de Cristo, y entre los que Jesús tendrá como su hermano, hermana y madre.

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