REFLEXIONES

¡Bendito Jesús! bajo el incienso de tus méritos, y con ojos firmes e incansables mirándote a ti ya tu único sacrificio todo suficiente, desearía mi alma, mañana tras mañana, y tarde tras noche, presentarse ante tu propiciatorio; y en un lenguaje como este dulce Salmo, quisiera rezar para que mi pobre oración y mis manos levantadas, expresen mi única esperanza, mi única dependencia de ti. ¡Oh! por la gracia, bendito Señor, de estar siempre habitualmente preparado para este empleo, de estar vestido para siempre con tu justicia y de tener todos los dones de ascensión de tu Espíritu implantados en mi corazón. Entonces, los verdaderos ejercicios de gracia sobre ti y para ti, se manifestarían en la manifestación de mi alma en fe y súplica, en amor y alabanza.

Entonces clamaría con la iglesia: Por el olor de tu buen ungüento, tu nombre es como ungüento derramado, por tanto, las vírgenes te aman. Y mientras mi alma te mira, pende de ti y te anhela con un fervor que nada más que el gozo puede satisfacer, te alabaré con labios alegres. Entonces Jesús me llevará a su casa de banquetes, y su estandarte sobre mí será el amor.

Entonces el ruido de afuera, e incluso los golpes de aquellos que me reprocharían por dentro, solo tenderán a hacer a Jesús más precioso. Mis ojos estarán mirando al Señor, quien me guardará de toda trampa y al final me llevará a casa a su reino celestial.

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