¡Bendita conclusión! ¡El Dios de Jacob es nuestro Dios! Dios en Cristo refugio seguro de su pueblo para siempre, Amén.

Salmo 46:1

REFLEXIÓN S

¡LECTOR! Haz una pausa y contempla el estado feliz de quienes tienen a Dios como refugio. Todas las perfecciones de la Deidad se renuevan para su seguridad, quienes tienen un Dios en pacto al cual volar en Cristo Jesús. La sabiduría de Dios está comprometida para guiarlos. El poder de Dios está comprometido a protegerlos, y su palabra, juramento y promesas están todos sellados para ser todo lo que necesitan. Además, en Cristo Jesús y su justicia encuentran fundamentos sólidos sobre los cuales abogar por el cumplimiento de las garantías del pacto de Dios.

Hay una plenitud de mérito y una aptitud de salvación para responder a cada caso y situación de la iglesia que Cristo compró con su sangre. Y el Espíritu Santo, en sus graciosas influencias, alientos y manifestaciones, revela el amor de Dios al corazón y dirige la mente hacia el paciente que espera a Cristo, que cuando nuestras almas viven bajo estas fuentes unidas de un seguridad del creyente, bien podemos exaltarnos con la iglesia y decir: Jehová es nuestra esperanza y fortaleza, una ayuda muy presente en los problemas.

Lector, anote entonces para un día lluvioso, un día de prueba, un día de angustia, este cántico sobre Alamot, para los escondidos de Dios. La ciudad de Dios se refrescará y se alegrará con las corrientes de amor, gracia y misericordia que fluyen de un pacto de Jehová, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios los esconde cuando se muestra. Son acogidos y asegurados en una ciudad inexpugnable. El Señor fundó Sion, en ella confiarán los pobres de su pueblo.

Esta ciudad es la ciudad de Dios. Dios está en medio de ella. Dios la ha poseído. Dios la protegerá. Dios la bendecirá y Dios reinará en ella para siempre. Y los habitantes se alegrarán con el río, el océano, el mar del amor divino. ¡Señor Jesus! da ahora a nuestras almas sedientas de beber de este río, cuyos arroyos alegran el alma; y poco a poco llévanos a ese reino y ciudad que está arriba, donde conduces a tus redimidos a fuentes de aguas vivas, y donde para siempre has secado todas las lágrimas de todos los ojos. Amén.

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