Esa era la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene al mundo.

Hubo, vino, surgió, llegó a existir, como resultado de un plan y propósito especial de Dios, un hombre, que no difiere de los demás hombres en ningún aspecto excepto en este punto material: fue enviado por Dios. Se le confió una misión; fue enviado con un propósito especial y distinto, como precursor del Mesías. Su nombre era Juan ("misericordioso es Jehová"), y había recibido su nombre por orden de Dios, Luca 1:13 .

Este hombre vino a cumplir, a realizar, su misión; él vino para testificar, con el propósito de testificar. No debía hacer una gran obra por su cuenta, sino señalar a otro. Todo su trabajo, energía y predicación debían gastarse en testificar, en predicar como alguien seguro de la verdad de su declaración. Su tema era simple, pero completo: iba a dar testimonio acerca de la Luz.

Ese único tema, ese único tema, iba a ser la suma y la sustancia de su testimonio. Todo aquel que da testimonio en el sentido de Juan debe hacer suyo el tema del testimonio de Juan, hablar y predicar de Jesús, el Salvador. Por naturaleza nadie viene a Cristo; sólo por la Palabra, por medio del testimonio de los testigos fieles, Cristo se da a conocer a los hombres. Por la Palabra, por la fe, se recibe a Cristo.

Juan no testificó acerca de sí mismo, porque él mismo no era la Luz, no era el Salvador. Pero su trabajo y oficio, el propósito de su vida, el fin y el objetivo de su predicación era dar testimonio acerca de la Luz, la Luz maravillosa que da vida. Todos deberían creer. La voluntad misericordiosa de Dios tiene como objeto a todos los hombres; Él quiere que todos se salven; todos deben creer en el Señor Jesucristo para la salvación de sus almas.

Así que Juan de ninguna manera buscaba su propia luz, su propia gloria y beneficio, sino solo la del Salvador. Y esto fue un gran privilegio. Porque la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre, ya venía entonces, estaba en camino; Dentro de poco iba a comenzar su ministerio para la salvación de los hombres. Ese hecho caracteriza a la verdadera Luz, que manifiesta Su bondad esencial, que a Él se debe la iluminación del mundo, que Él resplandece con Sus rayos de hermosura y de gloria para cada persona es el Sol de gracia y justicia, Sus rayos están destinados para todos sin excepción. Toda persona que se salva recibe de Cristo la luz de la salvación; porque sin Él no hay salvación.

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