Ahora pues, te ruego que escuches también la voz de tu sierva, y déjame poner delante de ti un bocado de pan; y come, para que tengas fuerzas cuando andes por tu camino.

Oye... la voz de tu sierva, y déjame poner delante de ti un bocado de pan. Sus grandes y hospitalarias atenciones hacia el rey probablemente no surgieron sólo de la humanidad o el respeto, sino de una consideración prudencial por su propia seguridad, no fuera a ser que, si lo encontraban muerto en su casa, ella pudiera verse implicada en el cargo de su sangre.

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