Y cuando todo esto terminó, todo Israel que estaba presente salió a las ciudades de Judá, y despedazaron las imágenes, y talaron las imágenes de Asera, y derribaron los lugares altos y los altares de todo Judá y Benjamín, en también a Efraín y a Manasés, hasta que los hubieron destruido a todos. Entonces todos los hijos de Israel volvieron, cada uno a su posesión, a sus propias ciudades.

Todo Israel... presente salió a las ciudades de Judá. Las solemnidades de este tiempo pascual dejaron una impresión profunda y saludable en las mentes de los fieles reunidos; se revivió ampliamente el apego a las antiguas instituciones de su país; el ardor en el servicio de Dios animaba todo seno; y, bajo el impulso de los sentimientos devotos inspirados por la ocasión, tomaron medidas al final de la Pascua para extirpar las estatuas y altares idólatras de todas las ciudades, como al comienzo de la fiesta lo habían hecho en Jerusalén.

Judá y Benjamín, denota el reino del sur.

Efraín también y Manasés, se refieren al reino del norte. Esta demolición despiadada de los monumentos de la idolatría recibiría todo el apoyo del rey y de las autoridades públicas de los primeros; y la fuerza del movimiento popular fue suficiente para efectuar los mismos resultados entre las tribus de Israel, cualquiera que sea la oposición que el poder de Oseas, o las invectivas de algunos hermanos profanos, pudieran haber hecho.

Así, derrocado por completo el reino de la idolatría, y restablecido en toda la tierra el culto puro de Dios, el pueblo volvió, cada uno a su casa, en la esperanza confiada de que, por la bendición divina, gozarían de una feliz futuro de paz y prosperidad nacional.

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