Mira desde tu santa morada, desde el cielo, y bendice a tu pueblo Israel, y a la tierra que nos diste, como lo juraste a nuestros padres, tierra que mana leche y miel.

Mira desde tu santa morada... y bendice a tu pueblo Israel. En este pasaje Dios prescribe a los israelitas una forma de gloriarse en su obediencia a la ley mosaica, y de pedir a esa obediencia las bendiciones del pacto. ¿Les habría ordenado que se gloriaran en su observancia de esa ley, si, de hecho, los más sinceros de entre ellos no la hubieran observado? Sin embargo, no cabe duda de que ese era el caso, si sus exigencias eran las mismas que las de la ley de la naturaleza.

Pero las cosas enumeradas en esta forma de gloriarse no eran más que actuaciones externas, y puede creerse fácilmente que muchos se jactarían de haberlas hecho todas, siendo sin embargo ajenos a la caridad que brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida (véase Erskine, 'On the Nature of the Sinai Covenant'; véase también 'Lectures on the Pentateuch' de Grave, 2:, p. 24).

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