Y tomé las dos tablas, y las arrojé de mis dos manos, y las quebré delante de vuestros ojos.

Tomé las dos mesas... y las rompí ante tus ojos, no en el calor de una pasión desmedida, sino con justa indignación; del celo de vindicar el honor inmaculado de Dios y, por la sugerencia de su Espíritu, de insinuar que el pacto había sido roto y el pueblo excluido del favor divino.

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