Y yo endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré mis señales y mis prodigios en la tierra de Egipto.

Yo endureceré el corazón de Faraón. Este sería el resultado; pero el mensaje divino sería la ocasión, no la causa de la ofuscación impenitente del rey. Seguramente Dios no endureció el corazón del monarca egipcio mediante ninguna operación directa sobre su mente. Pero las circunstancias a las que fue llevado por las demandas de Moisés y Aarón, combinadas con su propio temperamento constitucional y carácter apreciado, producirían y harían cierto el mal efecto descrito, sin hacer que ese mal fuera necesario en el sentido de ser inevitable.

La bondad y la paciencia de Dios, en lo que respecta a la acción divina, fueron las únicas circunstancias que, actuando sobre un temperamento imperioso y un corazón habitualmente malo, condujeron a una ofuscación creciente y confirmada. Pero esas circunstancias habrían sido seguidas por un resultado muy diferente, si el carácter y las disposiciones previas del rey hubieran sido benévolas o virtuosas. El verdadero punto de vista de esta cláusula es que, si bien el Ser Divino preindicó a Moisés con palabras lo que su providencia permitiría que ocurriera, no fue Dios, sino el propio Faraón, quien fue, propiamente y estrictamente hablando, responsable del pecado. (Véase además la nota en Éxodo 11:10 ).

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