Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho.

Por lo tanto, señores, tengan buen ánimo, porque yo creo en Dios, que sucederá tal como me fue dicho. Mientras la tripulación trabajaba arduamente en las bombas, Pablo luchaba en oración, no solo por sí mismo y la causa por la cual iba como prisionero a Roma, sino también, con verdadera magnanimidad de espíritu, por sus compañeros de barco; y Dios lo escuchó, "dándole" (expresión notable) a todos los que navegaban con él. En la mañana, después de recibir esta comunicación divina desde lejos, reuniendo a todos a su alrededor, la relata, agregando con noble sencillez: "porque creo en Dios, que sucederá tal como me fue dicho", y animando a todos a bordo a "tener buen ánimo" con la misma confianza. Qué contraste, como bien señala Humphry, con el discurso de César en circunstancias similares, dirigido a su piloto, instándole (según relata Plutarco) a mantener el ánimo en alto porque transportaba a César y la Fortuna de César. El general romano no conocía un nombre mejor para la Divina Providencia, por medio de la cual había sido tantas veces preservado, que la Fortuna de César.

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