Y para su dieta, (había una dieta continua), le dio del rey de Babilonia, cada día una porción hasta el día de su muerte, todos los días de su

Se le daba una dieta continua ... cada día una porción - más bien, 'su porción,' margen (cf. margen, , 'la cosa de un día en su (su) día' - es decir 'en todo tiempo, como el asunto lo requiera').

Observaciones:

(1) Cuando Dios se enoja y se propone castigar a naciones e individuos, los entrega, o al menos a aquellos de quienes depende su bienestar, a una ceguera judicial en cuanto a sus propios intereses, tal como entregó a Sedequías a la infatuación suicida de rebelarse contra el gran rey de Babilonia. ¡Cuánta necesidad tenemos, pues, de tener al Señor de nuestro lado en nuestra política nacional, viendo que, de lo contrario, no tenemos ninguna garantía contra los pasos en falso que den nuestros gobernantes, y que han de terminar en humillación y miseria nacionales!

(2) Sedequías trató de asegurarse huyendo de las consecuencias de su rebelión y perjurio; pero es vano que el transgresor piense en escapar de los juicios señalados por Dios ( Jeremias 52:7 ). Aquellos ojos que habían mirado a Nabucodonosor a la cara, en el momento de prestarle el solemne juramento de fidelidad ante Dios, fueron apagados como indignos de ver más la luz del día. El rey, pecaminosamente débil, que por temor a sus príncipes había permitido que Jeremías, el profeta de Dios, fuera arrojado a una mazmorra cenagosa, fue él mismo consignado a una prisión babilónica hasta el día de su muerte.

(3) Sólo las clases más pobres sufrieron poco en la calamidad general. Es más, muchos de ellos recibieron posesiones que nunca se les había permitido disfrutar hasta entonces, por la opresión de los judíos más ricos, y fueron convertidos por los caldeos en viñadores y agricultores. ¡Cuán sabio es para nosotros evitar que nuestros corazones se enreden en los bienes terrenales, de modo que al perderlos lo perdamos todo! Sólo el creyente puede estar de pie sobre las ruinas de imperios y mundos, y decir: No he perdido nada.

(4) La terrible enormidad y amargura del pecado aparecen especialmente en el derribo incluso del templo de Dios. El recuerdo de su precioso mobiliario, su perfecta simetría y sus santos servicios, ahora perdidos para ellos, sería el ingrediente más amargo en la copa de los cautivos judíos. ¡Cómo se habrán reprochado no haber apreciado suficientemente estos tesoros espirituales mientras los tuvieron! Usemos ahora de tal manera nuestros privilegios espirituales, que nunca llegue el tiempo en que tengamos la triste experiencia de la justa designación de Dios: "Al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado".

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