Entonces Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros delante de toda la asamblea de la congregación de los hijos de Israel.

Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros, como suplicantes humildes y serios, ya sea ante el pueblo, rogándole que desistiera de tan perverso designio, o más bien ante Dios, como el habitual y único refugio contra la violencia de aquella chusma tumultuosa y de cuello duro, y un medio esperanzador de ablandar e impresionar sus corazones.

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