Juan 6:1-71

1 Después de esto fue Jesús a la otra orilla del mar de Galilea, o sea de Tiberias,

2 y lo seguía una gran multitud porque veían las señales que hacía en los enfermos.

3 Jesús subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos.

4 Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.

5 Cuando Jesús alzó los ojos y vio que se le acercaba una gran multitud, le dijo a Felipe: — ¿De dónde compraremos pan para que coman estos?

6 Pero decía esto para probarle, porque Jesús sabía lo que iba a hacer.

7 Felipe le respondió: — Ni con el pan comprado con el salario de más de seis meses bastaría para que cada uno de ellos reciba un poco.

8 Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:

9 — Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescaditos. Pero, ¿qué es esto para tantos?

10 Entonces Jesús dijo: — Hagan recostar a la gente. Había mucha hierba en aquel lugar. Se recostaron, pues, como cinco mil hombres.

11 Entonces Jesús tomó los panes y, habiendo dado gracias, los repartió entre los que estaban recostados. De igual manera repartió de los pescados, cuanto querían.

12 Cuando fueron saciados, dijo a sus discípulos: — Recojan los pedazos que han quedado para que no se pierda nada.

13 Recogieron, pues, y llenaron doce canastas de pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.

14 Entonces, cuando los hombres vieron la señal que Jesús había hecho, decían: — ¡Verdaderamente este es el profeta que ha de venir al mundo!

15 Como Jesús entendió que iban a venir para tomarlo por la fuerza y hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

16 Cuando anochecía, sus discípulos descendieron al mar

17 y, entrando en una barca iban cruzando el mar hacia Capernaúm. Ya había oscurecido, y Jesús todavía no había venido a ellos.

18 Y se agitaba el mar porque soplaba un gran viento.

19 Entonces, cuando habían remado como cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre el mar y acercándose a la barca, y tuvieron miedo.

20 Pero él les dijo: — ¡Yo soy! ¡No teman!

21 Entonces ellos quisieron recibirlo en la barca y, de inmediato, la barca llegó a la tierra a donde iban.

22 Al día siguiente, la multitud que había estado al otro lado del mar se dio cuenta de que no había habido allí sino una sola barca, y que Jesús no había entrado en la barca con sus discípulos sino que estos se habían ido solos.

23 (Sin embargo, de Tiberias habían llegado otras barcas cerca del lugar donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias).

24 Entonces, cuando la multitud vio que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, ellos entraron en las barcas y fueron a Capernaúm buscando a Jesús.

25 Cuando lo hallaron al otro lado del mar, le preguntaron: — Rabí, ¿cuándo llegaste acá?

26 Jesús les respondió diciendo: — De cierto, de cierto les digo que me buscan, no porque han visto las señales sino porque comieron de los panes y se saciaron.

27 Trabajen, no por la comida que perece sino por la comida que permanece para vida eterna que el Hijo del Hombre les dará; porque en este, Dios el Padre ha puesto su sello.

28 Entonces le dijeron: — ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios?

29 Respondió Jesús y les dijo: — Esta es la obra de Dios: que crean en aquel que él ha enviado.

30 Entonces le dijeron: — ¿Qué señal, pues, haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra haces?

31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer.

32 Por tanto Jesús les dijo: — De cierto, de cierto les digo que no les ha dado Moisés el pan del cielo sino mi Padre les da el verdadero pan del cielo.

33 Porque el pan de Dios es aquel que desciende del cielo y da vida al mundo.

34 Le dijeron: — Señor, danos siempre este pan.

35 Jesús les dijo: — Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás.

36 Pero les he dicho que me han visto, y no creen.

37 Todo lo que el Padre me da vendrá a mí; y al que a mí viene jamás lo echaré fuera.

38 Porque yo he descendido del cielo no para hacer la voluntad mía sino la voluntad del que me envió.

39 Y esta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de todo lo que me ha dado, sino que lo resucite en el día final.

40 Esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que mira al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y que yo lo resucite en el día final.

41 Entonces los judíos murmuraban de él porque había dicho: “Yo soy el pan que descendió del cielo”.

42 Y decían: — ¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que ahora dice: “He descendido del cielo”?

43 Jesús respondió y les dijo: — No murmuren más entre ustedes.

44 Nadie puede venir a mí a menos que el Padre que me envió lo traiga; y yo lo resucitaré en el día final.

45 Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que todo aquel que oye y aprende del Padre viene a mí.

46 No es que alguien haya visto al Padre, sino que aquel que proviene de Dios, este ha visto al Padre.

47 De cierto, de cierto les digo: El que cree tiene vida eterna.

48 Yo soy el pan de vida.

49 Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron.

50 Este es el pan que desciende del cielo para que el que coma de él no muera.

51 Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré por la vida del mundo es mi carne.

52 Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: — ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?

53 Y Jesús les dijo: — De cierto, de cierto les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y beben su sangre, no tienen vida en ustedes.

54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.

55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él.

57 Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, de la misma manera el que me come también vivirá por mí.

58 Este es el pan que descendió del cielo. No como los padres que comieron y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre.

59 Estas cosas dijo en la sinagoga cuando enseñaba en Capernaúm.

60 Entonces, al oírlo, muchos de sus discípulos dijeron: — Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?

61 Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: — ¿Esto los escandaliza?

62 ¿Y si vieran al Hijo del Hombre subir a donde estaba primero?

63 El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida.

64 Pero hay entre ustedes algunos que no creen. Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién le había de entregar,

65 y decía: — Por esta razón les he dicho que nadie puede venir a mí a menos que le haya sido concedido por el Padre.

66 Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él.

67 Entonces Jesús les dijo a los doce: — ¿Quieren acaso irse ustedes también?

68 Le respondió Simón Pedro: — Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.

69 Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.

70 Jesús les respondió: — ¿No los escogí yo a ustedes doce y uno de ustedes es diablo?

71 Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque este, siendo uno de los doce, estaba por entregarlo.

CRISTO DA DE COMER MILAGROSAMENTE A CINCO MIL. (Véase la nota acerca de Marco 6:31).

3. a un monte—en alguna parte de aquella cordillera que rodea el Lago de Galilea por el lado este.

4. estaba cerca la Pascua—pero por la razón mencionada en el cap. 7:1, Jesús no asistió, quedándose en Galilea.

14-21. JESUS CAMINA SOBRE EL MAR. (Véase también la nota acerca de Marco 6:45).

14, 15. el profeta—(Véase la nota acerca del cap. 1:21).

15. volvió a retirarse al monte, él solo (1) para descansar, lo que fué a hacer a este “lugar desierto” antes del milagro de los panes, pero no pudo hacerlo por la multitud que le seguía (véase la nota acerca de Marco 6:31), y (2) “a orar”, Mateo 14:23; Marco 6:46. Pero desde lo alto de la montaña seguía mirando el barco (véase la nota acercá del v. 18), y sin duda oraba también por ellos, y pensando en la nueva manifestación de su gloria que estaba por darles.

16, 17. como se hizo tarde—(Véase la nota acerca de Marco 6:35). entrando en un barco—constreñidos a hacerlo por su Maestro (Mateo 14:22; Marco 6:45), con el propósito de poner fin a la conmoción mal guiada del pueblo en favor de él (v. 15), en la cual los discípulos mismos tal vez habrían sido hasta cierto punto envueltos. Las palabras (Mateo 14:22), “Jesús hizo a sus discípulos entrar en el barco,” da a entender la desgana de parte de ellos, tal vez porque no querían separarse de su Maestro y embarcarse, dejándolo a él solo en la montaña. venían de la otra parte de la mar hacia Capernaum—Marcos (Mateo 6:45) dice “a Bethsaida”, queriendo decir “Bethsaida de Galilea” (cap. 12:21), en la ribera occidental del lago. El lugar que dejaron era del mismo nombre (véase la nota acerca de Marco 6:31). Jesús no había venido a ellos—Probablemente se demoraron con la esperanza de que él todavía se uniera con ellos, y así dejaron que llegara la noche obscura.

18, 19. levantábase la mar, etc.—y todavía estaban ellos “en medio de la mar” (Mateo 14:24). Marcos agrega el detalle gráfico y emocionante, “los vió fatigados bogando” (Mateo 6:48), usando todas sus fuerzas para combatir las olas y poder avanzar contra el viento, pero con poco resultado. El vió desde la montaña y a través de la obscuridad de la noche, porque su corazón estaba del todo con ellos; sin embargo, no quiso ir en su auxilio mientras no llegara el momento que él quisiera. ven a Jesús—“cerca de la cuarta vigilia de la noche” (Mateo 14:25; Marco 6:48), entre las tres y las seis de la madrugada. que andaba sobre la mar—Lo que Job (Marco 9:8) celebra como la prerrogativa distintiva de Dios: “El que extiende solo los cielos, y anda sobre las alturas de la mar”—lo que Agur alega como la prerrogativa inaccesible de Dios, de “encerrar los vientos en sus puños, atar las aguas en un paño” (Proverbios 30:4)—he aquí, esto se hace en la carne, por “el Hijo del hombre”. se acercaba al barco—mas como si “quisiera precederlos”, Marco 6:48 (cf. Lucas 24:28; Génesis 18:3, Génesis 18:5; Génesis 32:24). y tuvieron miedo—“dieron voces de miedo” (Mateo 14:26). “pensaron que era fantasma” (Marco 6:49). Les aparecería primero como un punto obscuro que se movia sobre el agua; luego como una figura humana, pero, en la obscura atmósfera tempestuosa, y ni soñando que podría ser su Señor, lo toman por un espíritu. (¡Cuán a menudo así nombramos erróneamente nuestras mejores misericordias, no sólo creyéndolas distantes, cuando están cerca, sino creyendo peor lo mejor!)

20. Yo soy; no tengáis miedo—Mateo y Marcos dan antes de estas palabras alentadoras, aquélla a ellos bien conocida: “Confiad”, o “Alentaos”.

21. Ellos … gustaron recibirle en el barco—sus primeros temores ahora se convierten en admiración y gozo. y luego el barco llegó a la tierra—Este milagro adicional, porque como tal manifiestamente se relata, se halla en este Evangelio sólo. Mas todo lo que se quiere decir, es que, como la tempestad fué calmada repentinamente, de modo que el barquito, impelido por el poder secreto del Señor de la Naturaleza, se deslizó por las aguas tranquilas, y mientras ellos estaban absortos en admiración por lo sucedido, sin darse cuenta de su movimiento rápido, se halló en el puerto, para su mayor sorpresa.

22-71. JESUS, SEGUIDO POR LAS MULTITUDES A CAPERNAUM, LES HABLA EN SU SINAGOGA, SOBRE EL PAN DE VIDA—EL EFECTO DE ESTE DISCURSO EN DOS CLASES DE DISCIPULOS.

22-24. Estos versículos están un poco confusos, debido al deseo del evangelista de mencionar todos los detalles, por pequeños que hayan sido, para presentar al lector la escena tan viva como si la estuviera viviendo. El día siguiente—al del milagro de los panes, y la noche tormentosa; el día que arribaron a Capernaum. la gente que estaba de la otra parte de la mar—no toda la multitud que había comido del pan, sino solamente los que habían pasado la noche en la costa; es decir, en la costa oriental; porque se supone que nos hemos trasladado con Jesús y sus discípulos en el barco, a la costa occidental, a Capernaum. como vió que no había allí otra navecilla, etc.—El sentido es, que la gente había observado que un solo barco estaba en la ribera oriental, aquel en que los discípulos habían cruzado en la noche a la costa occidental, y que ellos también notaron que Jesús no había ido a bordo de aquel barco, sino que los discípulos habían zarpado sin él: “Pero”, agrega el evangelista en un paréntesis vigoroso, “otras navecillas habían arribado de Tiberias” (que estaba sobre la costa sudoeste del lago), cuyos pasajeros eran parte de la multitud que habia seguido a Jesús hasta la ribera oriental, y que habían comido milagrosamente; estos barquitos habían sido atados en alguna parte (dice el evangelista) “junto al lugar donde habían comido el pan, después de haber el Señor dado gracias”—así se refiere al milagro glorioso de los panes—y ahora estos barcos fueron requisados para llevar la gente nuevamente a la ribera occidental. “Como vió pues la gente que Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, entraron ellos en las navecillas, y vinieron a Capernaum buscando a Jesús”.

25. Y hallándole de la otra parte (en Capernaum) dijéronle, etc.—asombrada la gente de que Jesús estuviera allí, y maravillada por la manera cómo lo habría hecho, ya fuera por mar o por tierra, y cuándo habría llegado; pues, ignorando del todo cómo antes él había caminado sobre el mar y había llegado con los discípulos que estaban en el barco, no podía comprender cómo habría sucedido esto, a menos que él hubiera viajado toda la noche solo, habría podido llegar a Capernaum, y aun así, cómo pudo llegar antes que la gente misma.

26. me buscáis, etc.—Jesús no resuelve las dificultades de ellos, ni les dice nada acerca de cuando caminó sobre el mar, ni siquiera tiene en cuenta sus preguntas, sino que aprovecha el momento favorable para decirles cuán atrevidos, cuán impertinentes y superficiales eran sus opiniones, y cuán bajos sus deseos. “Me buscáis, no porque habéis visto las señales”—es decir, señales sobrenaturales de una presencia superior y una comisión divina, “sino porque comisteis el pan y os hartasteis”. Después de esto les habla de aquel otro Pan, así como a la mujer de Samaria le habló de la otra Agua (cap. 4). Podríamos suponer que todo lo que sigue fué pronunciado al lado del camino, o donde la gente lo encontró. Pero por el v. 59, entendemos que la gente lo encontró cerca de la puerta de la sinagoga,—“porque era el día en que ellos se congregaban en sus sinagogas” [Lightfoot]—y que al terminar la reunión le preguntaron si tenía alguna palabra de exhortación para el pueblo, y que él tomó los dos panes, el pan perecedero y el pan vivo, como tema de su discurso profundo y extraordinario.

27. la cual el Hijo del hombre—tomando aquel título de sí mismo, que significaba su vida encarnada. os dará—en el sentido del v. 51, a éste señaló el Padre, que es Dios—mostró, y autenticó para aquel servicio trascendente, el de dar al mundo el pan de la vida eterna, y esto en el carácter de “el Hijo del hombre”.

28-31. ¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios?—obras tales como las que Dios apruebe. Respuestas diferentes pueden darse a semejante pregunta, según el espíritu que la motiva. (Véase Oseas 6:6; Lucas 3:12). Aquí conociendo nuestro Señor a aquellos con quienes tenía que tratar, formula su respuesta en conformidad. Esta es la obra de Dios, etc.—Esta, la fe, está en el umbral de toda obediencia acepta, siendo no sólo el requisito previo a ella, sino la propia fuente de ella—en aquel sentido, la obra de obras, enfáticamente “la obra de Dios”.

30. ¿Qué señal pues haces tú, etc.—Pero ¿cómo podían ellos pedir “una señal”, cuando muchos de ellos apenas un día antes habían presenciado una “señal” como nunca había sido concedida a los hombres; cuando después de presenciarla, con dificultad fueron constreñidos de no hacerlo rey; cuando le habían seguido de una parte del lago a la otra; y cuando, en el principio de este mismo discurso, él les había echado en cara el que le buscaran “no porque habian visto las señales”, sino por los panes? La verdad parece ser que ellos estaban confundidos por las pretensiones nuevas que nuestro Señor acababa de presentar. Al proponer hacerlo rey, fué con propósitos muy diferentes del de dispensar el pan de vida eterna; y cuando él parecía elevar sus pretensiones aun más alto, presentándolas como la “gran obra de Dios” que ellos creyesen en él como el Enviado de Dios, ellos vieron muy claramente que él estaba haciendo una demanda más allá de lo que ellos estaban preparados para concederle, y más allá de lo que se había hecho antes a hombre alguno. De ahí su pregunta: “¿Qué obras?”

31. Nuestros padres comieron el maná, etc.—insinuando la inferioridad del milagro de Cristo, de los panes, a los de Moisés: querían decir: “Cuando Moisés reclamaba la confianza de los padres, ‘El les dió pan del cielo a comer’ no para unos miles de personas, sino para millones, y no una sola vez, sino diariamente durante su viaje por el desierto”.

32, 33. No os dió Moisés pan del cielo, etc.—“No fué Moisés quien dió el maná, y aun así venía de los cielos inferiores; “mas mi Padre os da el verdadero pan”—y “del cielo”. el pan de Dios es aquel, etc.—Este versículo tal vez es mejor dejado en su propia grandeza trasparente—presentando el Pan mismo como divino, espiritual y eterno; su Fuente y Sustancia esencial, “el que descendió del cielo para darlo” (“aquella vida eterna la cual estaba con el Padre, y nos ha aparecido”, 1 Juan 1:2, Joel 1:2); y su objeto designado, “el mundo”.

34. Señor, danos siempre este pan—hablando ahora con cierta reverencia (como en el v. 25), recordando tal vez la perpetuidad del maná, y muy semejantes a la mujer samaritana, cuando sus ojos están sólo medio abiertos, “Señor, dame esta agua”, etc. (cap. 4:15).

35. Yo soy el pan de vida—Desde aquí el discurso está todo en la primera persona: “Yo”, “Mí”, que ocurre en alguna forma u otra, calcula Stier, treinta y cinco veces. El que a mí viene—para conseguir lo que el alma anhela, y como el único manantial para todo suficiente y ordenado. hambre … sed—tendrán satisfacción consciente y permanente.

36. aunque me habéis visto, no creéis—lo habían visto no meramente en su presencia corporal, sino en toda la majestad de su vida, su enseñanza, sus obras.

37, 40. Todo lo que, etc.—Este pasaje comprensivo y muy sublime se expresa con una precisión especialmente artística. La afirmación inicial general (v. 37) consiste en dos miembros: (1) “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí”, que quiere decir: “Aunque vosotros, como os dije, no tengáis fe en mí, mi mision en el mundo no será de ninguna manera derrotada; porque todo lo que el Padre me da, infaliblemente vendrá a mí”. Obsérvese, que lo que le es dado por el Padre, está expresado en el número singular y género neutro—literalmente, “toda cosa”; mientras que las personas que vienen a él, son puestas en el género masculino y número singular, es decir, “cada uno”. La masa entera, para expresarlo así, es donada por el Padre al Hijo como unidad, la que el Hijo desenvuelve, uno por uno, en la ejecución de su cometido. Así dice en el cap. 17:2, “para que dé vida eterna a todos los que le diste”. [Bengel]. Este futuro de indicativo “vendrá” expresa la gloriosa certidumbre de ello estando comprometido el Padre a tener cuidado de que el donativo no sea una burla hueca. (2) “Y al que viene a mí, no le echo fuera”. Así como el anterior fué el lado divino, así éste es el lado humano de la misma cosa. Verdad, que los “vinientes” (participio presente en el original griego) de la segunda cláusula, no son sino los “dados” de la primera. Pero si nuestro Señor hubiera dicho meramente: “Cuando aquellos que me hayan sido dados de mi Padre, vengan a mí, yo los recibiré”, además de ser muy insulsa, la impresión producida habría sido del todo diferente, sonando como si no estuvieran en operación otras leyes, en el movimiento de los pecadores hacia Cristo, excepto las que son enteramente divinas e inescrutables para nosotros; mientras que, aunque habla de ello como una sublime certidumbre que las negativas de los hombres no pueden frustrar, habla de aquella certidumbre como que tiene efecto sólo en los acercamientos voluntarios de los hombres a él y en la aceptación de él: “Al que a mí viene”, “quienquiera”, abriendo la puerta de par en par. Sólo que no es simplemente los “deseantes”, sino los verdaderos “vinientes”, los que él no echará fuera: porque la palabra aquí empleada generalmente indica la llegada, como distinta de la palabra ordinaria, que expresa más bien el acto de venir; vease el cap. 8:42, en el griego. [Webster y Wilkinson.] “No echaré fuera de ninguna manera”, pues se usa una negativa doble, fuerte, como para aquietar los temores de los tímidos (como en Apocalipsis 21:27, para hacer frente a la presunción de los endurecidos). Siendo, pues, éstos los dos miembros de la afirmacion inicial, lo que sigue tiene por fin incluir los dos, “porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad”—para desempeñar un papel independiente—“mas (respecto a las dos cosas anteriores, el lado di vino y el lado humano de la salvación) la voluntad del que me envió”. Lo que es esta doble voluntad del que le envió, se nos dice en seguida sublimemente (vv. 39, 40). “Y ésta”—en primer lugar—“es la voluntad del que me envió: Que todo lo que (“toda cosa”) me ha dado (tiempo perfecto en el original) no pierda de ello, sino que lo resucite en el día postrero”. El sentido, naturalmente, no es que él esté encargado de guardar los objetos a él confiados en el estado como los recibió, de suerte que no sufriesen nada en sus manos. Porque como no eran sino pecadores “perecientes” de la familia de Adán el dejar que “no se pierda” “nada” de los tales, sino “resucitarlos en el día postrero”, tiene que envolver, primero, “dar su carne por ellos” (v. 51), “para que no perezcan, mas tengan vida eterna”; y entonces, después de “guardarlos para que no caigan”, levantar su polvo dormido en incorrupción y gloria, y presentarlos, cuerpo y alma, perfectos y enteros, sin que nada falte, a aquel que se los dió, diciendo: “He aquí, yo y los hijos que me ha dado Dios”. Tanto, pues, en cuanto a la primera voluntad del que le envió, el lado divino de la salvación del hombre, de la cual cada etapa y todo movimiento son para nosotros inescrutables, mas infaliblemente seguros. “Y ésta”—en el segundo lugar—“es la voluntad del que me envió: Que todo aquel que ve al Hijo y cree (o, “viendo al Hijo cree”) en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el día postrero”. Este es el lado humano de la misma cosa como en el versículo anterior, y que corresponde a “al que a mí viene, no le echo fuera”; quiere decir, “lo tengo expresamente en cuidado que todo el que así ve al Hijo de tal modo como para creer en él, tendrá la vida eterna; y, para que nada de él se pierda, “yo le resucitaré en el día postrero”. Véase la nota acerca del v. 54.

41-46. Murmuraban entonces de él los judíos—“refunfuñaban”, no a oído de nuestro Señor, mas él lo sabia, v. 43. (cap. 2:25). porque había dicho: Yo soy el pan, etc.—Perdiendo el sentido y la gloria de esto, y no teniendo gusto para semejantes sublimidades, ellos machacan sobre “el Pan del cielo”. “¿Qué puede significar esto? ¿No sabemos todo acerca de él: dónde, cuándo y de quién nació? Y todavía él dice que descendió del cielo”.

43, 44. No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede, etc.—“No os espantéis ni tropeceis en estos dichos; porque hace falta enseñanza divina para comprenderlos, atracción divina para someteros a ellos”. venir a mí—en el sentido del v. 35. si el Padre que me envió—es decir, el Padre como mi enviador y para cumplir los propósitos de mi misión. no le trajere—por una operación interna y eficaz; aunque por todos los medios de la convicción racional, y de una manera del todo consonante con su naturaleza moral (Cantares de los Cantares 1:4; Jeremias 31:3; Oseas 11:3). y yo le resucitaré, etc.—Véase la nota acerca del v. 54.

45. Escrito está en los profetas—En Isaías 54:13; Jeremias 31:33; otros pasajes similares también habrían estado en la mente del Señor. Nuestro Señor recurre a la autoridad de las Escrituras para apoyar este dicho aparentemente difícil. todos enseñados de Dios—no por revelación externa meramente, sino por la iluminación interna, que corresponde a la “atracción” del v. 44. todo aquel que oyó—es decir, que ha sido enseñado así eficazmente por Dios. viene a míconabsoluta seguridad, pero en el sentido dado arriba de “atraer”; eso es, “como nadie puede venir a mí sino como divinamente atraído, así ninguno atraído de esta manera dejará de venir.”

46. No que alguno haya visto al Padre, etc.—Para que sus oyentes no confundan aquel “oír y aprender del Padre”, a lo que tienen acceso los creyentes por enseñanza divina, con su propio acceso inmediato a él, mete aquí una explicación parentética; exponiendo, todo lo explícitamente que pueden expresarlo palabras, cuán totalmente diferentes eran los dos casos, y que únicamente él, quien viene “de Dios”, tiene este acceso libre, inmediato al Padre. (Véase el cap. 1:18).

47-51. El que cree en mí, etc.—Véanse los caps. 3:36; 5:24. Yo soy el pan de vida, etc.—Así como el que cree en mí, tiene vida eterna, así soy yo mismo el sostenimiento eterno de aquella vida. (Repetido desde el v. 35).

49. Vuestros padres—de quienes hablasteis (v. 31); no “nuestros”, por lo cual insinuaría que él tenía una descendencia superior, con la cual ellos ni soñaban. [Bengel.] comieron el maná … y son muertos—recurriendo al mismo argumento de ellos acerca del maná, como una de las más nobles de las ilustraciones preparatorias ordenadas de su propia misión: “Vuestros padres, decís, comieron el maná en el desierto; y lo decís bien, porque efectivamente lo comieron, pero ellos están muertos; aun aquellos cuyos cadáveres cayeron en el desierto, comieron de aquel pan; el Pan de que hablo yo, viene desde el cielo, lo que no hizo el maná, para que, comiendo de él los hombres vivan para siempre”.

51. Yo soy el pan vivo, etc.—Entended que es de mí mismo que ahora hablo como el Pan del cielo; de mí si alguno come, vivirá para siempre; y “el pan que yo daré, es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”. Aquí, por primera vez en este elevado discurso, el Señor explícitamente introduce su muerte de sacrificio—porque sólo los racionalistas pueden dudar esto—no sólo como lo que lo constituye a él en Pan de vida para los hombres, sino como aquel mismo elemento en él el cual posee la virtud de dar vida. “Desde este punto no oímos más (en este discurso) del “Pan”; se deja esta figura, y la realidad toma su lugar”. [Stier.] Las palabras “yo daré” pueden compararse con las palabras de institución en la Cena: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado” (Lucas 22:19), o en el relato de Pablo de la Cena, “por vosotros es partido” (1 Corintios 11:24).

52. los judíos contendían entre sí—arguyendo sobre el punto. ¿Cómo puede éste, etc.—darnos su carne a comer? ¡Absurdo!

53-58. Si no comiereis la carne … y bebiereis su sangre, no tendréis vida, etc.—La palabra más dura que hasta ahora haya pronunciado en sus oídos. Ellos preguntaron cómo sería posible comer su carne. El contesta con gran solemnidad: “Es indispensable”. Pero aun aquí el oyente pensador podría hallar algo que suavizara la dureza. El dice que ellos no sólo tienen que “comer su carne” sino “beber su sangre”, lo que no podría sino sugerir la idea de su muerte, comprendida en la separación de la carne de alguno de su sangre. Y como ya había insinuado que sería algo muy diferente de una muerte natural, diciendo: “Mi carne daré por la vida del mundo” (v. 51), habría sido bien claro a los oyentes cándidos que él quería decir algo superior a la idea tosca que expresaron los términos mismos. Y además, cuando él agregó que ellos “no tenían vida en sí, si no comían y bebían así”, era imposible que ellos creyesen que él quería decir que la vida temporal que ellos ya estaban viviendo, dependía de si ellos comían y bebían, en este sentido tosco, su carne y sangre. Sin embargo, todo el dicho seguramente confundía a los oyentes, y sin duda se quería que fuese así. Nuestro Señor les había dicho que, a pesar de todo lo que ellos habían “visto” en él, ellos “no creían” (v. 36). Para el convencimiento de ellos, pues, no hace aquí un esfuerzo supremo; mas teniendo el oído no sólo de ellos sino de los más cándidos y pensadores en la concurrencia de la sinagoga, y, como el milagro de los panes había conducido a las opiniones más exaltadas de todas acerca de su persona y su misión, aprovecha de las mismas dificultades y objeciones de ellos para anunciar, para todo el tiempo, estas verdades profundísimas que aquí se exponen, indiferente al disgusto de las indóciles, y a los prejuicios aun de los más sinceros, los cuales parecería que su lenguaje tendería sólo a ahondar. La verdad realmente transmitida aquí no es otra que la expresada en el v. 51, aunque en términos más enfáticos, de que él mismo, en virtud de su muerte de sacrificio, es la vida espiritual y eterna de los hombres; y que, si los hombres no apropian para sí voluntariamente esta muerte, en su virtud de sacrificio, de suerte que venga a ser la misma vida y sostenimiento de su hombre interior, no tienen ellos nada de vida espiritual y eterna. No como si su muerte fuese la única cosa de valor, sino que es lo que da a todo lo demás en la persona encarnada, la vida y la misión de Cristo, todo su valor para nosotros los pecadores.

54. El que come mi carne … tiene vida, etc.—El versículo anterior dice que si no comiesen de él, no tenían vida; éste añade positivamente que cualquiera que lo hiciese, “tiene la vida eterna”. y yo le resucitaré en el día postrero—Por cuarta vez esto se repite (véanse los vv. 39, 40, 44), mostrando más claramente que la “vida eterna” que tal hombre “tiene”, no puede ser igual con la vida futura en la resurrección, de la cual se distingue con cuidado cada vez, sino una vida comunicada aquí abajo inmediatamente cuando se cree (cap. 3:36; 5:24, 25); y dando a la resurrección del cuerpo como lo que completa la redención del hombre entero, una prominencia que en la teología corriente, ha de temerse que rara vez la tenga. (Véase Romanos 8:23; Romanos 1 Corintios cap. 15 entero).

56. El que come mi carne … en mí permanece, y yo en él—Así como nuestra comida viene a ser incorporada con nuestro ser, así Cristo y los que comen su carne y beben su sangre, vienen a ser espiritualmente una vida, aunque personalmente distintos.

57. Como me envió el Padre viviente—para comunicar su vida propia. y yo vivo por el Padre—lit. “por causa del Padre”; siendo una mi vida y la de él, mas la mía, la de un Hijo, de quien es el ser “del Padre”. (Véase 1:18; 5:26). asimismo el que me come, él también vivirá por mí—lit., “por causa de mí”. De modo que, siendo de una vida espiritual con él, “Cristo es la cabeza de todo varón … y Dios es la cabeza de Cristo”. (1 Corintios 11:3; 1 Corintios 3:23).

58. Este es el pan, etc.—una especie de resumen de todo el discurso, sobre el cual baste esta sola observación más: que, así como nuestro Señor, en vez de suavizar sus sublimidades figuradas, o ponerlas en fraseología clara, deja estas grandes verdades de su persona y misión, y nuestra participación de él y de ella, envestidas en estas formas gloriosas de lenguaje, así cuando tratamos de librar la verdad de estas figuras, aunque son figuras, ella se escapa de nosotros, como el agua, cuando se rompe el vaso, y nuestra sabiduría consiste en elevar nuestro propio espíritu, y afinar nuestro oído, a los modos de expresión escogidos por nuestro Señor. (Debería agregarse que, aunque este discurso no tiene nada que ver con la Ordenanza de la Cena conmemorativa, la Ordenanza tiene todo que ver con este discurso, como la incorporación visible de estas figuras, y, al participante creyente, una participación real y más viva que afecta su carne y sangre, y alimento por ellos de la vida espiritual y eterna, aquí en la tierra).

59. Estas cosas dijo en la sinagoga—lo que parece da a entender que lo que sigue, sucedió después que se había levantado la asamblea.

60-65. muchos de sus discípulos—Sus seguidores muy constantes, aunque un círculo menos íntimo de ellos. Dura es esta palabra—no simplemente áspera, sino insufrible, como quiere decir la palabra muchas veces en el Antiguo Testamento. ¿quién la puede oír?—someterse a escucharla. ¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué, si etc.—“Si tropezasteis sobre lo que he dicho, ¿cómo soportaréis lo que digo ahora?” No que su ascensión misma les fuera ocasión para tropezar más que su muerte, sino que después de retroceder ante la mención de la una, ellos no estarían en estado de mente como para aceptar la otra.

63. la carne nada aprovecha—Mucho de su discurso fué acerca de “la carne”; pero la carne misma, la mera carne, no podía aprovechar nada, menos todavía dar vida, la que sólo el Espíritu Santo comunica al alma. las palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son vida—todo el peso del discurso es “espíritu”, no la mera carne, y la “vida” en su sentido más alto, no en el más bajo, y las palabras que he empleado, han de interpretarse sólo en aquel sentido.

64. Mas hay algunos de vosotros, etc.—“Pero poco importa para algunos de vosotros en qué sentido hablo, porque no creéis”. Esto fué dicho, agrega el evangelista, no sólo de los del círculo exterior, sino de los del círculo más íntimo de sus discípulos; porque él conocía al traidor, aunque todavía no era momento para exponerlo.

65. Por eso os he dicho, etc.—“Eso es por qué os hablé de la necesidad de la enseñanza divina, a la cual algunos de vosotros sois extraños”. si no le fuere dado del Padre—mostrando claramente que por la “atracción” (v. 44) del Padre, se quería decir una operación interna y eficaz, porque al recordar el dicho aquí, él dice, que tiene que ser “dado al hombre venir” a Cristo.

66-71. Desde esto, etc.—o, a consecuencia de esto. Aquellas últimas palabras de nuestro Señor parecían darles el golpe de gracia; ellos no podían soportar más. ya no andaban con él—Muchos viajes, tal vez, habrían hecho con él, pero ahora lo abandonaron para siempre.

67. a los doce—la primera vez que ellos son mencionados en este evangelio. ¿Queréis vosotros iros también?—¡Súplica enternecedora! Evidentemente Cristo sentía que desertasen aun aquellos miserables que no podían soportar sus palabras; y viendo un desorden aun del trigo por la violencia del viento que se llevó la paja (mas no mostrándose todavía visiblemente, pero abierto a sus ojos de fuego), él quería destruirlo en gérmen por esta pregunta directa.

68. respondióle Simón Pedro—cuyo atrevimiento en este caso fué noble, y al espíritu dolorido de su Señor, sin duda, grato. Señor, ¿a quién iremos?—“No podemos negar que nosotros nos hemos asustado, lo mismo que aquéllos, y viendo que tantos se iban, quienes pensábamos habrían sido retenidos por una enseñanza menos difícil de comprender, nuestro aguante ha sido probado severamente, ni hemos podido evitar la pregunta de si hemos de seguir a los demás, y abandonar la carrera. Pero cuando se llegó a esto, nuestra luz volvió, y nuestro corazón fué asegurado nuevamente. Porque en el momento que pensamos irnos, se nos presentó aquella pregunta espantosa: “¿A quién iremos?” ¿Al formalismo muerto y a las tradiciones miserables de los ancianos? ¿A los muchos dioses y señores del paganismo que nos rodea? o ¿a la incredulidad hueca? No, Señor, estamos en callejón sin salida. Aquéllos no tienen nada de aquella “VIDA ETERNA” que ofrecernos, de la cual tú estabas hablando, en palabras ricas y encantadoras como también en palabras perturbadoras a la sabiduría humana. Aquella vida no puede faltarnos; aquella vida hemos aprendido a anhelar como una necesidad de la naturaleza más profunda que tú has despertado en nosotros: “las palabras de aquella vida eterna” (la autoridad a revelarla y el poder de conferirla) tú tienes: Por lo tanto nos quedaremos contigo—tenemos que quedarnos contigo.”

69. Y nosotros creemos, etc.—(Véase la nota acerca de Mateo 16:16). Parece que Pedro había agregado esto, no meramente—es probable que no tanto—como una seguridad a su Señor de la fe de su corazón en él, como para el propósito de fortalecerse a si mismo y a sus hermanos fieles contra aquel retroceso ante los dichos duros de su Señor, contra los cuales estaba luchando él en aquel momento. Hay momentos cuando es probada la fe de uno hasta lo último, particularmente por dificultades especulativas; entonces el ojo espiritual lo ve todo confuso, y parece que toda la verdad se aleja de nosotros. En tales momentos, un claro entendimiento de que abandonar la fe de Cristo es el hacer frente a la desolación vacía, a la ruina y a la muerte; y al reaccionar contra esto, el poder recurrir, no simplemente a principios primarios y a bases firmes, sino a la experiencia personal de un Señor vivo en quien está envuelta toda verdad, y hecho carne para nuestro propio beneficio, esto es un alivio indecible. Buscando refugio bajo aquella ala bendita, hasta hallarnos nuevamente capaces para luchar con las cuestiones que nos confundían, finalmente o hallamos nuestro camino por entre ellas, o lograrnos grarnos una satisfacción tranquila en el descubrimiento de que ellas están fuera del límite de los temores actuales.

70. ¿No he escogido yo … y uno de vosotros es diablo?—“Bien dicho, Simón Barjonás, pero aquel “nosotros” no abarca un círculo tan amplio como tú en la sencillez de tu corazón creíste; porque, aunque os he escogido doce, uno de éstos es un “diablo” (el templo, el instrumento de aquel malvado).

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