Marco 6:1-56

1 Salió de allí y fue a su tierra, y sus discípulos lo siguieron.

2 Y cuando llegó el sábado, él comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos quedaban atónitos cuando le oían, y decían: — ¿De dónde le vienen a este estas cosas? ¿Qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¡Cuántas obras poderosas son hechas por sus manos!

3 ¿No es este el carpintero, hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también sus hermanas aquí con nosotros? Se escandalizaban de él.

4 Pero Jesús les decía: — No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, entre sus familiares y en su casa.

5 Y no pudo hacer allí ningún hecho poderoso sino que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos.

6 Estaba asombrado a causa de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.

7 Entonces llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos. Les daba autoridad sobre los espíritus inmundos.

8 Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan ni bolsa ni dinero en el cinto sino solamente un bastón;

9 pero que calzaran sandalias y que no vistieran dos túnicas.

10 Y les decía: “Dondequiera que entren en una casa, posen en ella hasta que salgan de aquel lugar.

11 Cualquier lugar que no los reciba ni los oiga, saliendo de allí, sacudan el polvo que está debajo de sus pies para testimonio contra ellos”.

12 Entonces ellos salieron y predicaron que la gente se arrepintiera.

13 Echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban.

14 El rey Herodes oyó de Jesús, porque su nombre había llegado a ser muy conocido. Unos decían: “Juan el Bautista ha resucitado de los muertos, y por esta razón operan estos poderes en él”.

15 Otros decían: “Es Elías”. Mientras otros decían: “Es profeta como uno de los profetas”.

16 Pero cuando Herodes oyó esto, dijo: “¡Juan, a quien yo decapité, ha resucitado!”.

17 Porque Herodes mismo había mandado prender a Juan y lo había encadenado en la cárcel por causa de Herodía, la mujer de su hermano Felipe; porque se había casado con ella.

18 Pues Juan le decía a Herodes: “No te es lícito tener a la mujer de tu hermano”.

19 Pero Herodía lo acechaba y deseaba matarlo, aunque no podía

20 porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y lo protegía. Y al escucharlo quedaba muy perplejo, pero le oía de buena gana.

21 Llegó un día oportuno cuando Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, dio una cena para sus altos oficiales, los tribunos y las personas principales de Galilea.

22 Entonces la hija de Herodía entró y danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey le dijo a la muchacha: — Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré.

23 Y le juró mucho: — Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino.

24 Ella salió y dijo a su madre: — ¿Qué pediré? Y esta dijo: — La cabeza de Juan el Bautista.

25 En seguida ella entró con prisa al rey y le pidió diciendo: — Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista.

26 El rey se entristeció mucho pero, a causa del juramento y de los que estaban a la mesa, no quiso rechazarla.

27 Inmediatamente el rey envió a uno de la guardia y mandó que fuera traída la cabeza de Juan. Este fue, lo decapitó en la cárcel

28 y llevó su cabeza en un plato; la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre.

29 Cuando sus discípulos oyeron esto, fueron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro.

30 Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado.

31 Él les dijo: — Vengan ustedes aparte a un lugar desierto, y descansen un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían oportunidad para comer.

32 Y se fueron solos en la barca a un lugar desierto.

33 Pero muchos los vieron ir y los reconocieron. Y corrieron allá a pie de todas las ciudades y llegaron antes que ellos.

34 Cuando Jesús salió, vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor. Entonces comenzó a enseñarles muchas cosas.

35 Como la hora era ya muy avanzada, sus discípulos se acercaron a él y le dijeron: — El lugar es desierto y la hora avanzada.

36 Despídelos para que vayan a los campos y las aldeas de alrededor y compren para sí algo que comer.

37 Él les respondió y dijo: — Denles ustedes de comer. Le dijeron: — ¿Que vayamos y compremos pan con el salario de más de seis meses, y les demos de comer?

38 Él les dijo: — ¿Cuántos panes tienen? Vayan y vean. Al enterarse, le dijeron: — Cinco, y dos pescados.

39 Él les mandó que hicieran recostar a todos por grupos sobre la hierba verde.

40 Se recostaron por grupos, de cien en cien y de cincuenta en cincuenta.

41 Y él tomó los cinco panes y los dos pescados y, alzando los ojos al cielo, bendijo y partió los panes. Luego iba dando a sus discípulos para que los pusieran delante de los hombres, y también repartió los dos pescados entre todos.

42 Todos comieron y se saciaron,

43 y recogieron doce canastas llenas de los pedazos de pan y de los pescados.

44 Y los que comieron los panes eran como cinco mil hombres.

45 En seguida obligó a sus discípulos a entrar en la barca para ir delante de él a Betsaida, en la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.

46 Y habiéndose despedido de ellos, se fue al monte a orar.

47 Al caer la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra.

48 Viendo que ellos se fatigaban remando porque el viento les era contrario, a la madrugada, él fue a ellos caminando sobre el mar, y quería pasarlos de largo.

49 Pero cuando ellos vieron que él caminaba sobre el mar, pensaron que era un fantasma y clamaron a gritos;

50 porque todos lo vieron y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos y les dijo: “¡Tengan ánimo! ¡Yo soy! ¡No teman!”.

51 Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento. Ellos estaban sumamente perplejos,

52 pues aun no habían comprendido lo de los panes; más bien, sus corazones estaban endurecidos.

53 Y cuando cruzaron a la otra orilla, llegaron a la tierra de Genesaret y amarraron la barca.

54 Pero cuando ellos salieron de la barca, en seguida la gente lo reconoció.

55 Recorrieron toda aquella región, y comenzaron a traer en camillas a los que estaban enfermos a donde oían que él estaba.

56 Dondequiera que entraba, ya sea en aldeas o ciudades o campos, ponían en las plazas a los que estaban enfermos, y le rogaban que solo pudieran tocar el borde de su manto. Y todos los que lo tocaban quedaban sanos.

CRISTO ES RECHAZADO EN NAZARET. (Pasajes paralelos, Mateo 13:54; Lucas 4:16). Para su exposición, véase el comentario sobre Lucas 4:16.

7-13. LA MISION DE LOS DOCE APOSTOLES. (Pasajes paralelos, Mateo 10:1, Mateo 10:5; Lucas 9:1). Para su exposición, véase el comentario sobre Mateo 10:1, Mateo 10:5.

14-29. HERODES CREE QUE JESUS ES JUAN EL BAUTISTA RESUCITADO—RELATO DE LA MUERTE DE JUAN. (Pasajes paralelos, Mateo 14:1; Lucas 9:7).

La Opinión de Herodes acerca de Cristo (vv. 14-16).

14. Y oyó el rey Herodes—Herodes Antipas, uno de los tres hijos de Herodes el Grande, y hermano carnal de Arquelao (Mateo 2:22), que era tetrarca de Galilea y Perea—la fama de Jesús, porque su nombre se había hecho notorio; y dijo—“a sus criados” (Mateo 14:2), sus consejeros y ministros de la corte—Juan el que bautizaba, ha resucitado—El asesinato del profeta pesaba sobre su conciencia culpable, de modo que le parecía que Juan estaba otra vez vivo e investido de poderes sobrenaturales en la persona de Jesús.

15. Otros decían: Elías es. Y otros decían: Profeta es, o alguno de los profetas—Véase Mateo 16:14.

16. y oyéndolo Herodes, dijo: Este es Juan el que yo degollé: él ha resucitado de los muertos—“El mismo ha resucitado”: como si la inocencia y la santidad de su acusador no hubieran permitido que quedara muerto mucho tiempo.

Relato del Encarcelamiento y Muerte de Juan (vv. 17-29).

17. Porque el mismo Herodes había enviado, y prendido a Juan, y le había aprisionado en la cárcel—en el castillo de Maquero, cerca de la extremidad sur de los dominios de Herodes, y cerca del mar Muerto. (Josefo, Antigüedades, 18.5, 2). a causa de Herodías—Ella era nieta de Herodes el Grande—mujer de Felipe su hermano—y por lo tanto, ella era sobrina de los dos hermanos. Este Felipe, sin embargo, no era el tetrarca del mismo nombre mencionado en Lucas 3:1 (Véase allí), sino uno cuyo nombre distintivo era “Herodes Felipe”, otro hijo de Herodes el Grande, quien fué desheredado por su padre. La esposa de Herodes Antipas era la hija de Aretas, rey de Arabia; pero Antipas persuadió a Herodías, esposa de su medio hermano Felipe, a abandonar a su esposo y a vivir con él, bajo la condición, dice Josefo (Antigüedades, 18.5, 1), de que él despidiera a su propia esposa. Esto ocasionó que Aretas declarara guerra contra él, quien le derrotó totalmente y destruyó su ejército; de los efectos de cuya guerra Antipas nunca pudo restablecerse.

18. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano—No era lícita esa unión, porque la esposa de Herodes y el esposo de Herodías vivían; y además, porque ambas partes estaban dentro de los grados de consanguinidad prohibidos (véase Levítico 20:21); siendo Herodías la hija de Aristóbulo, hermano de Herodes Antipas y de Felipe (Josefo, Antigüedades, 18.5, 4).

19. Más Herodías le acechaba—más bien, como en la margen de algunas versiones, “tenía odio contra él”. Ella era probablemente demasiado orgullosa para hablarle a Juan; y menos todavía para reñir con él. y deseaba matarle, y no podía: 20. Porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo—Compárese con el caso de Elías y Acab, después del asesinato de Naboth (1 Reyes 21:20). y le tenía respeto—o más bien, como aparece en la margen de algunos textos, “le guardaba” o “libraba” de los planes malvados de Herodías, quien estaba esperando algún pretexto para enemistar a Herodes contra Juan y obligarle a matarlo. y oyéndole, hacía muchas cosas—muchas cosas buenas, bajo la influencia de la predicación del Bautista—y le oía de buena gana—Este es un dicho notable, del cual somos deudores sólo a nuestro evangelista gráfico, y que ilustra el efecto de principios contrarios en los esclavos de las pasiones. Pero esto demuestra hasta dónde había influido Herodías en él, como Jezabel en Acab, para que al fin él consintiera en lo que su conciencia iluminada le impedía que ejecutara.

21. Y venido un día oportuno—oportuno para los planes de Herodías—en que Herodes, en la fiesta de su nacimiento, daba una cena a sus príncipes y tribunos, y a los principales de Galilea—Esta minuciosidad gráfica de detalle contribuye para hacer más interesante este trágico relato.

22. Y entrando la hija de Herodías—es decir, hija de ella y su esposo legítimo Herodes Felipe. El nombre de la hija era Salomé [Josefo, ib.]—y danzando, y agradando a Herodes y a los que estaban con él a la mesa, el rey dijo a la muchacha—(Véase la Nota sobre el cap. 5:42)—Pídeme lo que quisieres, que yo te lo daré. 23. Y le juró—el rey, así llamado, pero sólo por cortesía (Véase la nota sobre el v. 14)—Todo lo que me pidieres te daré, hasta la mitad de mi reino—Aquellos en quienes las pasiones y el lujo han destruído el dominio de ellos mismos, en un momento de capricho dirán y harán lo que en un momento de juicio lamentarán amargamente.

24. Y saliendo ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella dijo: La cabeza de Juan Bautista—Las mujeres viciosas son más desvergonzadas y crueles que los hombres. La fidelidad del Bautista se oponía a los placeres de Herodías, y ésta era una buena oportunidad para deshacerse de él.

25. Entonces ella entró … diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato—o “fuente” grande—la cabeza de Juan Bautista. 26. Y el rey se entristeció mucho—En vista de los sentimientos de Herodes respecto a Juan, y las verdades que había escuchado de los labios de aquel predicador, verdades que tanta influencia tenían en su conciencia, y después de haberlo salvado repetidas veces de la furia de su consorte, habría sido muy humillante para Herodes hallarse al fin atrapado por su propia insensatez. mas a causa del juramento—¡Nótese cómo los hombres sin principios y de conciencia intranquila, se niegan a violar un juramento temerario mientras que ceden a la consumación de los peores crímenes!—y de los que estaban con él a la mesa—por la vergüenza falsa que sentía y que no podía tolerar que lo acusaran de tener escrúpulos morales o religiosos. ¡Cuántos han caído en esta trampa fatal!—no quiso desecharla. 27. Y luego el rey, enviando uno de la guardia—La palabra es romana, indicando uno de la Guardia Imperial—mandó que fuese traída su cabeza; 28. El cual fué, y le degolló en la cárcel—después de dos meses de encarcelamiento, según parece ¡Mártir bendito! Sombrío y triste fué el fin reservado para ti; pero has recibido la bendición de tu Señor; “Bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí” (Mateo 11:6), y has hallado la vida que perdiste (Mateo 10:39). Pero ¿dónde se hallan aquellos cuyos vestidos están manchados con tu sangre? y trajo su cabeza en un plato, y la dió a la muchacha, y la muchacha la dió a su madre—Herodías no derramó la sangre del austero reprensor: sólo la hizo derramar, y halló cruel satisfacción al verla salir de aquella cabeza.

29. Y oyéndolo sus discípulos—los discípulos de Juan el Bautista—vinieron y tomaron su cuerpo, y le pusieron en un sepulcro—“y fueron, y dieron las nuevas a Jesús” (Mateo 14:12). Si estos discípulos hasta entonces se habían manteniendo apartados de Jesús por ser seguidores de Juan (Mateo 11:2), tal vez ahora fueron a Jesús con algún resentimiento secreto porque aparentemente el Señor se había olvidado de su maestro; pero tal vez también fueron como huérfanos para unirse con los discípulos de Jesús. Lo que sintió Jesús, o lo que dijo al recibir esta noticia, no está asentado; pero aquel de quien se dijo cuando estaba al lado del sepulcro de Lázaro: “Y lloró Jesús” (Juan 11:35), no era capaz de recibir semejante noticia sin sentir emoción profunda.

30-56. HABIENDO INFORMADO LOS DOCE, A SU REGRESO, DEL EXITO DE SU MISION, JESUS CRUZA CON ELLOS EL MAR DE GALILEA, ENSEÑA AL PUEBLO, Y MILAGROSAMENTE DA DE COMER A UN NUMERO DE CINCO MIL; ENVIA A SUS DISCIPULOS EN EL BARCO OTRA VEZ AL LADO OCCIDENTAL, Y EL MISMO REGRESA DESPUES CAMINANDO SOBRE EL AGUA—INCIDENTES A SU LLEGADA. (Pasajes paralelos, Mateo 14:13; Lucas 9:10; Juan 6:1). Aquí, por primera vez, las cuatro fuentes del texto sagrado corren paralelas. La ocasión y todas las circunstancias de esta gran sección son presentadas ante nuestra vista con una vivacidad admirable.

Da de Comer Milagrosamente a Cinco Mil (vv. 30-44).

30. Y los apóstoles se juntaron con Jesús—probablemente en Capernaum, al regresar de su misión (vv. 7-13)—y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado—Nótense los distintos motivos que tenía Jesús para cruzar al otro lado. Primero, (Mateo 14:13) dice que oyendo Jesús del asesinato de su fiel precursor, de parte de aquellos discípulos que habían tomado y puesto su cuerpo en un sepulcro (véase Nota v. 29), “se apartó de allí en un barco a un lugar desierto”, para evitar alguna consecuencia temida en contra de él por causa de la muerte de Juan (Mateo 10:23), o más probablemente, para entregarse a las emociones que aquel triste acontecimiento sin duda había despertado, para lo cual el bullicio de la multitud era muy desfavorable. Luego, como habría oído los informes de los Doce con el más profundo interés, y probablemente con algo de las emociones que sintió antes al regreso de los Setenta (véase Nota, Lucas 10:17), buscó la tranquilidad para meditar quietamente en el comienzo de la predicación y en el progreso de su reino. Además estaba cansado de la multitud que iba y venía, la cual le privaba aun de tiempo para tomar sus alimentos, y deseaba descansar: “Venid vosotros aparte al lugar desierto, y reposad un poco”, (v. 31), etc. Al hallarse bajo la influencia combinada de estas consideraciones, nuestro Maestro buscó un cambio de ambiente.

32. Y se fueron en un barco al lugar desierto aparte—“de la otra parte de la mar de Galilea, que es de Tiberias”, dice Juan (Lucas 6:1), el único de los evangelistas que lo describe plenamente. Los otros evangelistas escribieron en un tiempo cuando sus lectores podían saber algo del lugar, y no lo describen: mientras que Juan lo hizo porque escribió para los que estaban a mayor distancia de tiempo y lugar. Este “lugar desierto” es descrito definidamente por Lucas (Lucas 9:10) quien dice que pertenecía a “la ciudad que se llama Bethsaida”. Esta no debe confundirse con la ciudad del mismo nombre que se encuentra sobre el lado occidental del lago (véase la Nota sobre Mateo 11:21). Esta ciudad estaba sobre la parte nordeste, cerca de donde el Jordán desemboca en el lago: en Gaulonitis, fuera de los dominios de Herodes Antipas, y dentro de los dominios de Felipe el Tetrarca (Lucas 3:1), quien la transformó de una aldea en ciudad, y la llamó Julias, en honor de Julia, hija de César Augusto (Josefo, Antigüedades 18:2, 1).

33. Y los vieron ir muchos, y le conocieron; y concurrieron allá muchos a pie—Aquí, tal vez, debería traducirse “por tierra”, corriendo alrededor del lago y atravesando por un vado del Jordán para encontrarse con Jesús quien iba cruzando el lago en el barco con los Doce.—de las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a él—¡Qué descripción tan gráfica! Cada detalle indica la presencia de un testigo ocular. Juan (6:3) dice que “subió Jesús a un monte”, refiriéndose a alguna sección de aquella extensión de collados, en la altiplanicie verde que rodea la parte oriental del lago.

34. Y saliendo Jesús—“bajando a tierra”—vió grande multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor—Viendo las multitudes que le habían seguido por tierra y que aun habían llegado antes que él, se conmovió tan profundamente, como solía hacer en tales ocasiones, y sintió tal compasión por ellas al verlas como ovejas que no tenían pastor, que estuvo dispuesto a renunciar a su retiro y descanso para poder servirlos. Aquí tenemos un detalle importante sacado del Cuarto Evangelio (Juan 6:4): “Y estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos”. Esto explica por qué había multitudes que le rodeaban: estaban en camino a Jerusalén para celebrar aquella fiesta. Pero Jesús no fué a Jerusalén a esta fiesta, como nos lo dice Juan (Juan 7:1) expresamente, sino que se quedó en Galilea porque los gobernantes judíos buscaban matarle.

35. Y como ya fuese el día muy entrado—“Y el día había comenzado a declinar”, dice Lucas (Juan 9:12). Mateo (Juan 14:15) dice: “Y cuando fué la tarde del día”; y sin embargo, Mateo usa otra vez el término “tarde” refiriéndose a una hora posterior de ese mismo día (v. 23). La “tarde” más temprana empezó a las tres (o sean las quince horas); y la otra empezó a la puesta del sol. sus discípulos llegaron a él, diciendo:… 36. Envíalos para que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor, y compren para sí pan; porque no tienen qué comer—(Juan (Juan 6:5) nos dice que “Jesús … dice a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Mas esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer”. Este tema pudo haber sido introducido por algo que dijeron los discípulos; pero el orden y forma exactos de lo que fué dicho por cada uno, no pueden ser colegidos con precisión, ni tampoco es importante que así sea.

37. Y respondiendo él, les dijo—“No tienen necesidad de irse” (Mateo 14:16)—Dadles de comer vosotros—Esto fué dicho sin duda a fin de prepararlos para el gran acontecimiento que había de seguir. Y le dijeron: ¿Que vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?—“Respondióle Felipe: Doscientos denarios de pan no les bastarán, para que cada uno de ellos tome un poco” (Juan 6:7).

38. Y él les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Id, y vedlo. Y sabiéndolo, dijeron: Cinco, y dos peces—Juan es más preciso y explícito: “Dícele uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: Un muchacho está aquí que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; ¿mas que es esto entre tantos?” (Juan 6:8). Probablemente esto era todo lo que estaba a la disposición de los discípulos en aquella ocasión, y apenas era suficiente para la comida de uno de ellos. “Y él les dijo: Traédmelos acá” (Mateo 14:18)

39. Y les mandó que hiciesen recostar a todos por partidas sobre la hierba verde—hierba exuberante de aquellos lugares llenos de arbustos. Juan (Mateo 6:10) hace notar que “había mucha hierba en aquel lugar”.

40. Y se recostaron por partidas, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta—Esto fué hecho sin duda para contar fácilmente el número de los que comieron, y para que todos contemplasen de una manera ordenada este glorioso milagro.

41. Y tomados los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo—En esta forma aun la persona más distante podía ver lo que él hacía—bendijo—Juan (Mateo 6:11) dice: “habiendo dado gracias”; pero el sentido es igual. Esta acción de gracias por la comida que alimentaría a miles, y el acto de bendecirla fué el clímax del milagro—y partió los panes, y dió a sus discípulos para que los pusiesen delante—presentando así, virtualmente a estos hombres, como sus futuros ministros—y repartió a todos los dos peces. 42. Y comieron todos, y se hartaron—Los cuatro evangelistas mencionan este hecho. Juan (Mateo 6:11) añade: “asimismo de los peces, cuanto querían”, para mostrar así que aunque era grande la multitud y escasas las provisiones, la comida para cada uno de ellos fué abundante. “Y como fueron saciados, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que han quedado, porque no se pierda nada” (Juan 6:12). Esto tenía por objeto hacer resaltar la magnitud del milagro.

43. Y alzaron de los pedazos doce cofines llenos, y de los peces—Juan (Juan 6:13) dice: “Cogieron pues, e hinchieron doce cestas de pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido”. Lo que es llamado “cofines” o “cestas”, en los cuatro relatos, era parte del equipaje usado por los judíos en sus viajes, para llevar tanto sus provisiones de boca como el heno sobre el cual dormir, a fin de no tener que depender de los gentiles, y así no correr el riesgo de sufrir contaminación ceremonial. He aquí una corroboración notable de la verdad de los cuatro relatos. Creemos que las evidencias internas manifiestan claramente que los tres primeros evangelistas escribieron independientemente los unos de los otros, aunque el cuarto pudo haber consultado los otros relatos. Pero aquí, cada uno de los tres hace uso de la misma palabra para expresar la circunstancia aparentemente insignificante de que las canastas empleadas para juntar los pedazos eran de la misma clase, las cuales aun el satirista romano Juvenal conocía bajo el nombre de cophinus; mientras que en los otros dos relatos del milagro cuando Jesús dió de comer a los cuatro mil, las canastas usadas, se dice expresamente que eran de la clase llamada spuris. (Véase la nota sobre el cap. 8:19, 20).

44. Y los que comieron eran cinco mil hombres—“sin las mujeres y los niños” (Mateo 14:21). El número de mujeres y niños, sin embargo, es probable que no haya sido muy grande, pues sólo los varones tenían la obligación de asistir a la próxima fiesta.

Jesús Vuelve a Cruzar el Lago para ir al Lado Occidental, y Camina sobre el Agua (vv. 45-56). Un detalle muy importante, relatado sólo por Juan (Mateo 6:15). introduce esta porción: “Y entendiendo Jesús que habían de venir para arrebatarle, y hacerle rey, volvió a retirarse al monte, él solo”.

45. Y luego dió priesa a sus discípulos a subir en el barco, e ir delante de él a Bethsaida de la otra parte—Bethsaida de Galilea (Juan 12:21). Juan (Juan 6:17) dice que “venían de la otra parte de la mar hacia Capernaum”, ocasionando tal vez el viento esta pequeña desviación de la dirección hacia Bethsaida—entre tanto que él despedía la multitud—Al hacer esto, su objeto fué el de poner fin a la mal dirigida excitación a su favor (Juan 6:15), en la cual los discípulos tal vez habrían sido hasta cierto punto participantes. La frase “y luego dió priesa” da a entender que había mala gana de parte de ellos para hacerlo, tal vez debido a su poca voluntad para separarse de su Maestro en la noche y dejarle solo en la montaña.

46. Y después que los hubo despedido, se fué al monte a orar—Así fué como. al fin, logró apartarse para procurar el descanso que había buscado en vano durante las horas más tempranas del día. Ahora tendría la oportunidad también para derramar su alma a su Padre en relación con la extraordinaria excitación popular a su favor de aquella tarde, la cual parece haber marcado el punto culminante de su fama. ya que pareció menguar el mismo día siguiente. En la montaña buscó un lugar desde el cual podría mirar a los discípulos sobre el lago; orar por ellos cuando estuvieran en necesidad, y conocer el momento oportuno cuando iría a ellos para hacer una nueva manifestación de su gloria sobre la mar.

47. Y como fué la tarde—después de la puesta del sol (véase la nota sobre el v. 35). Ya había llegado la tarde cuando se embarcaron los discípulos (Mateo 14:23; Juan 6:16)—el barco estaba en medio de la mar, y él solo en tierra—Juan (Juan 6:17) dice: “Y era ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos”. Tal vez ellos no habían hecho un gran esfuerzo, al principio para cruzar el lago, porque tenían cierta esperanza de que su Maestro todavía se juntaría con ellos, y así dejaron que llegara la obscuridad. “Y levantábase la mar con un gran viento que soplaba”. comenta el discípulo amado (Juan 6:18).

48. Y los vió fatigados bogando, porque el viento les era contrario—Luchaban con toda su fuerza contra las olas para avanzar, a pesar del viento contrario, pero con poco éxito. El los “vió” desde la cumbre de la montaña, y al través de la obscuridad de la noche, porque su corazón estaba enteramente con ellos; sin embargo, no iría en su ayuda hasta que llegara el momento oportuno. y cerca de la cuarta vigilia de la noche—Los judíos solían dividir la noche en tres vigilias, pero después adoptaron la división romana que incluía cuatro vigilias, como se menciona aquí. De modo que, a razón de tres horas por cada vigilia, la cuarta, contando desde las seis de la tarde (o sean las dieciocho horas), sería a las tres de la madrugada. “Y como hubieron navegado como veinticinco o treinta estadios” (Juan 6:19), algo más que la mitad de la distancia a la otra ribera. El lago tiene como doce kilómetros de ancho en la parte más ancha. De modo que en ocho o nueve horas ellos sólo habían avanzado como cinco o seis kilómetros. Para esta hora, pues, ellos habrían estado en una condición de agotamiento y desaliento cercano a la desesperación; y ahora, al fin, habiéndolos probado bastante—vino a ellos andando sobre la mar—“y se acercaba al barco” (Juan 6:19)—y quería precederlos—pero sólo en el sentido de Lucas 24:28; Génesis 32:26; compárese con Génesis 18:3, Génesis 18:5; Génesis 42:7.

49. Y viéndole ellos, que andaba sobre la mar, pensaron que era fantasma, y dieron voces—“de miedo” (Mateo 14:26). Debieron primero haber visto algo como una mancha obscura que se movía sobre las aguas; luego algo como una forma humana; pero bajo el cielo negro y tempestuoso, no pensaron que podría ser su Señor, creyendo ver un espíritu. Compárese con Lucas 24:37.

50. Porque todos le veían, y se turbaron. Mas luego habló con ellos, y les dijo: Alentaos; yo soy, no temáis—Hay algo en las palabras “Yo soy”, que son mencionadas en Mateo, Marcos y Juan, las cuales, habiendo sido emitidas por los labios que las pronunciaron y en las circunstancias en que fueron articuladas, expresan algo superior a lo que ningún idioma puede expresar. Aquí estaban en medio de un mar rugiente, su barquilla siendo un jueguete de los elementos, y con luz apenas suficiente para vislumbrar algún objeto sobre las aguas, el cual sólo agravaba sus temores. Pero Jesús consideró que el hacerles saber que él estaba allí bastaba para disipar todos sus temores. De otros labios aquel “yo soy” sólo habría indicado que el que hablaba, era tal o cual persona; y eso hubiera ayudado muy poco para calmar los temores de aquellos hombres que pensaban a cada momento que serían sumergidos hasta el fondo. Pero pronunciado por Uno que en aquel momento caminaba sobre las ondas del mar, y que estaba a punto de calmar los rugientes elementos con su palabra, no era sino la Voz de Aquel que clamaba antiguamente en los oídos de Israel, aun desde los días de Moisés: “¡Yo soy”; “Yo, yo soy”! (Éxodo 3:14; Isaías 51:12; compárese con Juan 18:5; Juan 8:58). Mas ahora, aquel Verbo es hecho carne, y habita entre nosotros” (Juan 1:14); y su voz se hace oír a nuestro lado en tonos familiares pues es, “¡La voz de mi Amado!” (Cantares de los Cantares 2:8) ¿Hasta qué punto fué comprendida esta expresión por sus discípulos asustados? Había uno, sabemos, en el barco, que aventajaba a todos los demás en susceptibilidad a tales impresiones sublimes. No fué el profundo escritor del Cuarto Evangelio, quien, aunque se remontaría sobre todos los apóstoles, era todavía joven para llegar a tener alguna prominencia. Fué Pedro, o Simón Barjonás, el protagonista de un episodio notable e instructivo, relatado sólo por Mateo.

Pedro Se Atreve a Caminar Sobre el Mar (Mateo 14:28).

28. “Entonces le respondió Pedro: Señor, si tú eres, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”; no dice: “permíteme”, sino “da la palabra de mando”; “manda u ordena que yo vaya a ti sobre las aguas”.

29. “Y él dijo: Ven.” ¡Palabra sublime de Uno que está consciente de su poder sobre el elemento tempestuoso, y que manda que le sirva a él y a cualquiera que él quisiere! “Y descendiendo Pedro del barco, andaba sobre las aguas para ir a Jesús”. “Debió ser de un espíritu valiente”, dice el obispo Hall, “el que pudiera desearlo; y más valiente todavía, el que pudiera hacerlo, sin temor a la blandura o a la aspereza de aquel trayecto”.

30. “Mas viendo el viento fuerte, tuvo miedo; v comenzándose a hundir, dió voces, diciendo: Señor, sálvame”. El viento era lo mismo de fuerte antes, pero Pedro no lo “vió”; porque estaba víendo sólo el poder de Cristo en el ejercicio vivo de la fe. Ahora “ve” la furia de los elementos, e inmediatamente, el poder de Cristo que podía sostenerlo en la superficie del agua, se desvanece ante su vista, y esto le causa miedo. Y ¿qué otra cosa podía acontecerle si ya no sentía en sí ningún poder que le sostuviera? Comenzó, pues, a hundirse, y finalmente, consciente de que había fracasado su experimento, se arrojó sobre su Señor, en una especie de confianza desesperada, para ser salvado por él.

31. “Y luego Jesús, extendiendo la mano, trabó de él, y le dice: Oh hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” Esta reprensión no fué pronunciada mientras Pedro se hundía, ni antes de que Cristo le tomara de la mano. Primero, el Señor fortalece de nuevo la fe de Pedro, y con ella le capacita para caminar nuevamente sobre las ondas agitadas. De otra manera, inútil hubiera sido esta amable reprensión, la cual reconoce la fe que se había aventurado sobre el abismo confiada en la mera palabra del Señor; pero se extraña de aquella desconfianza que tan pronto hizo que la fe se desvaneciera.

32. “Y como ellos (Jesús y Pedro) entraron en el barco, sosegóse el viento”.

51. Y subió a ellos en el barco—Juan (Mateo 6:21) dice: “Ellos entonces gustaron recibirle en el barco”, o más bien, “entonces ellos se complacieron en recibirle”, (haciendo un contraste con el terror que anteriormente les había sobrecogido); pero dando a entender también una bienvenìda gozosa, al haberse cambiado ahora sus temores en admiración y deleite. “Y luego el barco llegó a la tierra donde iban”, agrega en el mismo versículo el apóstol amado. Este milagro adicional, porque como tal manifiestamente es relatado, se halla sólo en el Cuarto Evangelio. Como la tormenta fué calmada repentinamente, así el barquito, movido por el poder secreto del Señor de la Naturaleza que en él viajaba, se deslizó por las aguas ahora tranquilas y, mientras ellos estaban envueltos en su asombro por lo que había acontecido, sin darse cuenta del movimiento rápido, el barco se halló en el puerto, para más sorpresa de ellos todavía. Mateo (Mateo 14:33) dice: “Entonces los que estaban en el barco, vinieron y le adoraron” (es decir, antes de que llegasen a tierra), “diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios”. Pero lo relatado por Marcos es maravillosamente impresionante. y calmó el viento: y ellos en gran manera estaban fuera de sí, y se maravillaban—Parece que el evangelista no podía hallar un lenguaje que fuera lo suficientemente fuerte para expresar el asombro de ellos.

52. Porque aun no habían considerado lo de los panes, por cuanto estaban ofuscados sus corazones—¡Qué declaración tan extraordinaria! La idea parece ser que si ellos “hubieran considerado (o meditado en) el milagro de los panes”, obrado sólo unas horas antes, no se habrían maravillado de nada que él hubiera hecho dentro de los límites de su gracia.

Incidentes al Desembarcar (vv. 53-56). Los detalles aquí son presentados con la vivacidad que es peculiar a este hermoso Evangelio.

53. Y cuando estuvieron de la otra parte, vinieron a tierra de Genezaret—lugar del cual el lago a veces toma su nombre, y que se extiende a lo largo de la ribera occidental. Capernaum fué el lugar donde desembarcaron (Juan 6:24)—y tomaron puerto—término náutico que no se halla en otra parte del Nuevo Testamento.

54. Y saliendo ellos del barco, luego le conocieron—es decir el pueblo le reconoció inmediatamente.

55. Y … comenzaron a traer de todas partes enfermos en lechos, a donde oían que estaba—En este período del ministerio de nuestro Señor, el entusiasmo popular a favor de él había llegado a su clímax.

56. y le rogaban que tocasen siquiera el borde de su vestido—habiendo sabido, sin duda, de la curación que experimentó la mujer que tenía flujo de sangre, cuando ella le tocó (cap. 5:25-29), y tal vez de otros casos no relatados, de la misma naturaleza. y todos los que le tocaban—es decir, el borde de su vestido, aunque puede ser que tocaran a Jesús mismo—quedaban sanos—Todo esto ellos continuaron haciendo y experimentando, mientras nuestro Señor estuvo en aquella región. El tiempo corresponde con el mencionado en Juan 7:1, cuando “andaba Jesús en Galilea”, en vez de ir a Jerusalén para celebrar la Pascua, “porque los Judíos”, es decir, los gobernantes, “procuraban matarle”, y el pueblo procuraba entronizarlo.

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