Quizás algunos se pregunten por qué San Pablo no se detiene más en esta epístola sobre el sacrificio eucarístico; pero hasta que los hebreos entendieran el sacrificio sangriento en la cruz, no se podía suponer que entendieran el sacrificio incruento del altar. Los santos Padres observan que el sacrificio de Melquisedec, (Génesis xiv. 18.) ofrecido en pan y vino, prefiguraba el sacrificio incruento ofrecido por Jesucristo en su última cena.

Ver Clemente de Alejandría, lib. 4. Strom. Cap. viii .; San Cipriano, lib. 2. ep. 3. ad Cæul .; Eusebio de Cesarea, lib. 5. Dem. Evang. Cap. iii .; San Jerónimo, ad Marcel .; San Agustín, ep. 95. ad Inn. Papilla.; San Ambrosio; San Epifanio; San Juan Crisóstomo; &C. apud Belarmino, lib. 1. de missa. Cap. vi. De ahí se sigue que la santa Eucaristía es verdadera y propiamente un sacrificio, así como un sacramento, como el cordero pascual o la pascua de la antigua ley era tanto un sacramento como un sacrificio.

Porque o nuestro Salvador ofreció sacrificios en su última cena en forma de pan y vino, o no puede ser llamado sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Porque las diferentes órdenes de sacerdotes se distinguen principalmente por su sacrificio; (ver ver. 1.) y si se supone que nuestro Salvador sólo ofreció un sacrificio sangriento, con más propiedad habría sido llamado sacerdote según el orden de Aarón, y no de Melquisedec. Ver San Agustín, lib. 16. de Civitat. Dei. Cap. xxii.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad