Ellos no tendrían pecado, ni serían culpables de pecado: es decir, podrían ser excusados ​​por no creerme como su Mesías: pero después de tantas instrucciones que yo les he dado, y tantas, y tales milagros hechos ante sus ojos, que también fueron predichos de su Mesías, no pueden tener excusa para su obstinado pecado de incredulidad. Me han odiado a mí y a mi Padre; es decir, al odiarme a mí, el verdadero Hijo, que tengo la misma naturaleza con mi Padre, también lo han odiado, aunque pretenden honrarlo como Dios. Véase sobre este capítulo San Agustín (tratado. 81.) y San Juan Crisóstomo (hom. Lxxvi.) En la edición latina, hom. lxxvii. en Joan. en el griego.

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