Era un castigo muy común entre los judíos azotar a quienes habían cometido crímenes por los cuales la muerte hubiera sido demasiado severa. Según las leyes de los hebreos (Deuteronomio xxv. 3.) el número de golpes no podía exceder de treinta y nueve. Pilato no se atreve a condenar a muerte a Jesús, porque lo cree inocente; sin embargo, para no desacreditar al pueblo y los magistrados, que exigieron su muerte, toma un camino intermedio que, como es habitual en tales casos, no satisface a ninguna de las partes. No salva a la víctima inocente ni satisface la justicia. En lugar de un castigo, Jesús sufre dos. Finalmente es azotado y crucificado. (Calmet)

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