Este regreso de las almas nuevamente, para reanimar los cuerpos de aquellos a quienes Cristo y sus apóstoles resucitaron de la muerte (y especialmente a Lázaro, que había estado muerto cuatro días), prueba evidentemente la inmortalidad del alma. De este lugar también podemos inferir concluyentemente contra nuestros adversarios, quienes dicen, que todo el mundo va directo al cielo o al infierno, que no es probable que hayan sido llamados por uno u otro; y por tanto desde un tercer lugar.

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