A menos que estemos poseídos de la inocencia y pureza de los niños pequeños, no podemos entrar al reino de los cielos. Por el reino de los cielos, aquí podemos entender las verdades del evangelio; porque como un niño nunca contradice a sus maestros, ni les opone vanos razonamientos y palabras vacías, sino que recibe fiel y prontamente sus instrucciones, y con temor las obedece; así debemos obedecer implícitamente, y sin la menor oposición, recibir la palabra del Señor. (Ven. Bede)

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