He aquí, me has echado hoy de la faz de la tierra, y de tu rostro seré escondido; y seré un fugitivo y un vagabundo en la tierra; y sucederá que todo el que me hallare me matará. Con amargo resentimiento, las palabras brotan de la boca de Caín, acusando a Dios de negarle tanto como un solo lugar en la faz de la tierra donde su pie podría encontrar descanso.

Además, mientras que antes Dios se había revelado también a él en el culto de la familia, Caín ahora estaba condenado a estar escondido del rostro de Dios, en constante peligro del vengador de la sangre que pudiera surgir de entre sus hermanos y hermanas. La queja de Caín fue al mismo tiempo una súplica por algún tipo de seguridad por parte de Dios con respecto a su propia seguridad.

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