La ostentación de su rostro, toda su apariencia, la osadía expresada en toda su conducta, testifica contra ellos, sus vicios están impresos en sus frentes; y declaran su pecado como Sodoma, jactándose de él sin la más mínima evidencia de vergüenza, no lo esconden. ¡Ay de su alma! porque se han recompensado con el mal, están obligados a traer castigo sobre sí mismos. Con unos pocos trazos, el profeta dibuja un cuadro de desenfreno y inmundicia moral, que llena al lector con el aborrecimiento de tales profundidades de maldad.

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