cuando el Señor haya lavado la inmundicia de las hijas de Sion, es decir, la inmundicia moral y la pecaminosidad que ningún adorno exterior puede cubrir ante Sus ojos, y habrá purgado la sangre de Jerusalén, los actos sobresalientes de maldad y culpa , de en medio de ella por el Espíritu de juicio y por el Espíritu de ardor, su Espíritu Santo tanto reprendiendo el mal como destruyendo toda maldad mediante un minucioso aventador y zarandeo, porque la conversión es total y exclusivamente Su obra.

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