Por tanto, le repartiré parte con los grandes, le repartiré los muchos, y él repartirá el botín con los fuertes, y los poderosos se sujetarán a él, porque ha derramado su alma hasta la muerte, y fue contado con los transgresores, y llevó el pecado de muchos, e intercedió por los transgresores, siendo su Mediador incluso hoy. La obra de redención termina con la contemplación satisfecha del Siervo de Su obra expiatoria, de las consecuencias de la aflicción de Su alma.

Ahora bien, el conocimiento de Él, es decir, su Evangelio, mediante el cual aprendemos a conocerlo como el Salvador del mundo, hace justos a los hombres. Es una gran vista de Su obra la que Él tiene ante Sus ojos: los muchos hechos partícipes de Su obra, de Su expiación, ya que Su carga de pecados es la base de nuestra justicia. Y así, la profecía termina con una nota de conquista y triunfo. Dios no solo ha repartido a los muchos entre Su Siervo, sino que el poder de Dios y el de Su Siervo están uno al lado del otro, reuniendo a los hombres, incluso a los poderosos de la tierra, como botín.

El hecho de que derramó Su vida en la muerte, que cargó con los pecados de muchos, es ahora el fundamento eterno de Su obra como Abogado nuestro ante el Padre; sobre la base de eso, Él intercede continuamente por nosotros. Tal es la obra de expiación vicaria de Cristo, tal como fue predicada a los creyentes del Antiguo Testamento, tal como ahora sabemos que se cumplió.

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