Y puso sus manos sobre ella; e inmediatamente fue enderezada y glorificó a Dios.

Jesús, de acuerdo con el propósito indicado en la parábola, no cesó en sus esfuerzos por ganar a los judíos para la Palabra de salvación. Continuó su costumbre de enseñar en las sinagogas los días de reposo. Y así sucedió en una ocasión que había una mujer presente que sufría de una enfermedad que contraía todo su cuerpo, doblando la parte superior hacia adelante sobre la inferior y así impidiéndole por completo enderezarse.

Estaba esclavizada por un espíritu extraño, el espíritu de su enfermedad, cuyas cadenas le impedían levantar la cabeza. Jesús, siempre comprensivo en lo que respecta a las aflicciones de los demás, la llamó tan pronto como Sus ojos se posaron en su figura encorvada. E incluso mientras ella se acercaba a Él, Él le habló como si la curación ya fuera un hecho consumado, afirmando que ella había sido liberada de su enfermedad. Y tan pronto como Él le impuso las manos, ella se puso erguida y estalló en palabras de alabanza. Fue una manifestación de la gloria del Salvador en total acuerdo con Su ministerio de sanidad habitual.

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