Bondad mía, mejor dicho, Misericordia mía, ya que fue el favor inmerecido del Señor lo que sostuvo a David, y mi Fortaleza, su Fortaleza de la montaña, donde está más allá del alcance de sus enemigos; mi Torre alta y mi Libertador, que supo arrebatarlo en medio de las angustias; mi Escudo, para protegerlo de los ataques, y Aquel en quien confío, en cuyo cuidado se sabía definitivamente fuera de peligro; quien somete a mi pueblo debajo de mí, haciendo que Israel se dé cuenta de que la autoridad de David era suya por investidura divina. Es el sentimiento de su propia indignidad lo que mueve a David a gritar, en vista de la misericordia de Dios para con él:

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