Cuando guardé silencio, durante ese largo año en que él fue consciente de su pecado, pero se negó a reconocerlo, mis huesos envejecieron, se consumieron, se marchitaron como una flor durante la época de sequía, a través de mi rugido durante todo el día, el aullidos y lloriqueos que se prolongaban en lo más íntimo de su corazón mientras la voz de su conciencia lo llevaba a la desesperación.

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