En Caná, nuestro Señor obró lo que Juan describe como el "principio de sus señales". Fue un signo de poder en el ámbito de la creación y de que se ejerce en respuesta a la fe. Además, era un signo de su actitud hacia el gozo puro en las actividades de la vida humana.

Después de un breve período de retiro en Capernaum, Jesús fue a Jerusalén, y allí dio la primera señal exterior de su posición oficial. Los patios exteriores del templo se habían convertido en un verdadero mercado. Los limpió, y cuando se le pidió su autoridad, en palabras que probablemente no se entendían entonces, declaró que la señal final de tal autoridad sería Su muerte y resurrección. Tal acción de nuestro Señor estaba destinada a llamar la atención sobre Él.

Además, mientras estuvo en Jerusalén hizo otras señales, de modo que muchos se sintieron atraídos por él. Es un hecho sorprendente que mientras que, en ese sentido, se comprometieron con Él, Él, conociéndolos perfectamente, no se entregó a ellos.

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