1 Pedro 5:6

Obra cristiana y descanso cristiano.

I. La mitad, y más de la mitad, de las fallas prácticas del mundo surgen de mirar la vida desde una perspectiva falsa y esperar de ella lo que Dios no quiere que encontremos en ella. Puede ser que muchas personas, al leer atentamente la vida de nuestro Señor y estudiar Su idioma, se sorprendan grandemente de la absoluta falta de mundanalidad de ambos. Aquel para quien todas las cosas futuras son como presentes, adaptó tanto su vida como sus palabras a lo que sabía que sería siempre el principal error de la humanidad.

Sabía que las actividades sociales y civiles eran lo suficientemente naturales para el hombre como para no necesitar ningún estímulo. Sabía que se perseguiría el conocimiento y se cultivarían las artes y las ciencias. Pero sabía que el reino de Dios y su justicia no serían buscados. Sabía que los hombres observarían con suficiente atención las cosas de esta vida, pero que poco más allá de ella les importarían.

II. Para nosotros, entonces, y para nuestros hijos, la vida está ante nosotros como un tiempo de prueba de duración incierta, pero breve cuando más, en el que podemos encajarnos, si queremos, para la vida eterna más allá de ella. Esta es la vida para cada uno de nosotros, y este es nuestro verdadero negocio; todo lo demás que hacemos o podemos hacer, por espléndido, por útil que sea, se hace, o debería hacerse, sólo de forma subordinada. No es cierto que nuestro gran negocio u objetivo en el mundo sea hacer todo el bien que podamos en él; Nuestro gran negocio y objetivo es hacer la voluntad de Dios, y así ser transformados a través de Su Espíritu a Su imagen para que seamos aptos para vivir con Él para siempre.

Esta, entonces, es la lección diaria de Cristo para nosotros: no ser ociosos y perezosos en nuestro trabajo, y santificarlo haciéndolo como para Él, y no como para los hombres; no estar ociosos como los que tienen meras facultades corporales, que viven sólo para comer, beber y dormir; no estar demasiado ocupados y cuidadosamente ocupados en nuestro propio trabajo, y menos aún por el mismo, como aquellos que viven solo para sí mismos y para este mundo, ya quienes Dios, Cristo y la vida eterna nunca han sido dados a conocer.

Trabajemos con fervor, porque también lo hizo Cristo; pero trabajemos también como haciendo la voluntad de Dios, y para el mejoramiento de nuestras propias almas, o de lo contrario nuestro trabajo no será el que Él reconocerá en su venida.

T. Arnold, Sermons, vol. ii., pág. 173.

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