Deuteronomio 32:29

I. El hecho de que, en general, existe una extraña falta de reflexión y preocupación con respecto a nuestra condición de mortal es más evidente en muchas pruebas sencillas y familiares. Quizás nada en el mundo, que parezca tan fuera de coherencia, sea tan obvio. Note: (1) El efecto muy pequeño del recuerdo de los difuntos en el camino de la amonestación de nuestra propia mortalidad. (2) Cuán poco y pocas veces nos sorprende la reflexión sobre cuántas cosas a las que estamos expuestos que pueden causar la muerte.

(3) Qué tan pronto una recuperación del peligro deja a un lado el pensamiento serio de la muerte. (4) Cuántos esquemas se forman para un largo tiempo futuro con tanto interés y tanta confianza anticipada como si no existiera en el mundo tal cosa como la muerte.

II. Cuando se pregunta, ¿cómo es esto posible? la explicación general es la que explica todo lo que está mal, a saber, la depravación radical de nuestra naturaleza. Sin duda, existen causas especiales, tales como: (1) La perfecta distinción entre la vida y la muerte. (2) Incluso la certeza y universalidad de la muerte pueden contarse entre las causas que tienden a apartar de ella los pensamientos de los hombres. (3) La presunción general de tener una larga vida es una causa de tipo más obvio.

(4) Otra gran causa es que los hombres ocupan toda su alma y su vida en cosas que excluyen el pensamiento de su fin. (5) Existe en una gran proporción de hombres un esfuerzo formal y sistemático para evitar el pensamiento de la muerte.

III. Recordemos que acabar con nuestra vida es el evento más poderoso que nos espera en este mundo. Y es aquello a lo que estamos viviendo pero a lo que vamos a llegar. Haber sido desconsiderado, entonces, será en última instancia una inmensa calamidad; será estar en un estado que no esté preparado para ello. Y considere que existe un antídoto soberano contra el miedo a la muerte. Hay Uno que se ha rendido a la muerte para vencerla y quitarnos sus terrores.

J. Foster, Conferencias, segunda serie, pág. 241.

Referencias: Deuteronomio 32:29 . Homiletic Quarterly, vol. iii., pág. 120; Spurgeon, Sermons, vol. vi., núm. 304; JC Hare, Sermones en la iglesia de Herstmonceux, p. 415. Deuteronomio 32:31 . D. Moore, Penny Pulpit, No.

3342; R. Glover, Por las aguas de Babilonia, pág. 153. Deuteronomio 32:32 . H. Macmillan, The Olive Leaf, pág. 280. Deuteronomio 32:35 . A. Tholuck, Horas de devoción cristiana, pág. 128; Expositor, tercera serie, vol.

v., pág. 455. Deuteronomio 32:36 . Spurgeon, My Sermon Notes, pág. 45. Deuteronomio 32:37 ; Deuteronomio 32:38 . Expositor, segunda serie, vol. iii., pág. 225.

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