Eclesiastés 7 y Eclesiastés 8:1

I. El esfuerzo por asegurar una competencia puede no ser solo lícito, sino sumamente loable, ya que Dios quiere que aprovechemos al máximo las capacidades que nos ha dado y las oportunidades que nos envía. No obstante, podemos perseguir este fin correcto por un motivo incorrecto, con un espíritu incorrecto. Tanto el espíritu como el motivo están equivocados si perseguimos nuestra competencia como si fuera un bien tan grande que no podemos conocer el contenido feliz y el descanso a menos que lo alcancemos.

Porque, ¿qué es lo que anima tal búsqueda sino la desconfianza en la providencia de Dios? Dejados en sus manos, no sentimos que debamos estar a salvo; mientras que si tuviéramos nuestra fortuna en nuestras propias manos y estuviéramos asegurados contra las oportunidades y los cambios mediante una cómoda inversión o dos, nos sentiríamos lo suficientemente seguros.

II. Nuestras condolencias van con el hombre que busca adquirir un buen nombre, hacerse sabio, vivir en el medio dorado. Pero cuando procede a aplicar su teoría, a deducir reglas prácticas de ella, sólo podemos darle un asentimiento calificado, es más, a menudo debemos negarle por completo nuestro asentimiento. Es probable que el hombre prudente: (1) comprometa la conciencia ( Eclesiastés 7:15 ); (2) ser indiferente a la censura ( Eclesiastés 7:21 ); (3) despreciar a las mujeres ( Eclesiastés 7:25 ); (4) ser indiferente al mal público ( Eclesiastés 8:1 ).

III. En los versos finales de la tercera sección del libro, el Predicador se baja la máscara y nos dice claramente que no podemos ni debemos descansar en la teoría que acaba de exponer; que seguir sus consejos nos alejará del bien principal, no hacia él. Esta nueva teoría de la vida confiesa ser una "vanidad" tan grande y engañosa como cualquiera de las que ha probado hasta ahora.

S. Cox, La búsqueda del bien principal, pág. 188.

Referencias: Eclesiastés 8:1 . T. Hammond, Christian World Pulpit, vol. xix., pág. 333. Eclesiastés 8:1 . R. Buchanan, Eclesiastés: su significado y lecciones, p. 281. Eclesiastés 8:4 .

Spurgeon, Sermons, vol. xxviii., núm. 1697, y Mis notas del sermón: Eclesiastés a Malaquías, pág. 201 Eclesiastés 8:8 . UR Thomas, Christian World Pulpit, vol. xiii., pág. 38; A. Mursell, Ibíd., Vol. xix., pág. 297.

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