Mateo 13:31

El Reino de Dios.

I. Mire primero el progreso externo del reino como lo ilustra el crecimiento de la semilla de mostaza. Siempre es importante recordar que el cristianismo, al principio como un pequeño grano de semilla, se extendió por todo el mundo, hasta que las naciones de la tierra vinieron en bandada como pájaros a su refugio protector, sin ninguna ayuda excepto su propio poder espiritual inherente. No había nada que lo ayudara en el carácter de sus primeros maestros.

No había nada que facilitara su progreso en las condiciones de los mundos judío y gentil. La gente dice a veces que les cuesta creer los milagros en los que se basa el cristianismo, sin duda el milagro más grande y grandioso es la existencia del cristianismo en sí. Entonces, si no había nada en el mundo exterior a lo que apelara, nada en el corazón natural de los hombres que llegara a satisfacer, ¿cómo podemos explicar la expansión del reino de Cristo sino atribuyéndole algún poder espiritual de su poder? ¿propio? ¿No viene aquí la segunda parábola, la de la levadura, para explicarnos el secreto del poder espiritual de aquellos maestros anteriores? El grano de levadura, puesto en sus corazones, cuando el Maestro los llamó por primera vez, impregnó y transfundió gradualmente toda su naturaleza.

Todo el hombre estaba fermentado. Los primeros maestros del cristianismo solían describir esta levadura con la palabra "fe". Para nosotros, la fe se ha convertido en algo más que el grito de una fiesta, el shibboleth de una secta. Para un apóstol significaba todo. Significaba un amor intensamente personal por Cristo. Significaba la total absorción de todos los sentimientos más profundos del corazón en la devoción a Él. Este fue este amor ardiente que ardía en sus corazones, este principio de entusiasmo que transformó sus vidas lo que hizo fuertes a estos hombres débiles. El reino exterior creció y se incrementó, porque el reino invisible obró de tal manera en los corazones de los discípulos que toda su naturaleza fue fermentada por él.

TT Shore, Algunas dificultades de las creencias, pág. 189.

Referencias: Mateo 13:31 . El púlpito del mundo cristiano, vol. v., pág. 167. Mateo 13:32 ; Mateo 13:33 . HW Beecher, Ibíd., Vol. xxix., pág. 73.

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