PROPIEDAD DIVINA

'Ustedes no son los suyos.'

1 Corintios 6:19

Como cristianos, ya no somos nuestros. Jesús ha adquirido por Su sangre todos los derechos de propiedad sobre nosotros. Ésta es la gran verdad que deseo insistir sobre ustedes con el mayor fervor y afecto, hasta que se apodere de toda su naturaleza y ejerza su verdadera influencia en su vida diaria.

I. La propiedad exige sumisión. —Si la propiedad confiere algún privilegio a un hombre, seguramente es el derecho a mandar con la certeza de ser obedecido. Y si nosotros, como cristianos, somos posesión y propiedad absoluta de Jesucristo, comprados con la sangre de su propia vida, es su prerrogativa legítima mandar y controlar cada acto y pensamiento de nuestra vida entera. Es Suyo hablar y nuestro obedecer. Es Suyo gobernar y nuestro someternos.

II. La propiedad es una garantía de protección. —Estamos siempre dispuestos a proteger nuestras propias posesiones. Ningún hombre se negaría a sacar la espada en defensa del hogar y del hogar. Nuestros tesoros están tan seguros como la cerradura y la llave pueden hacerlos. Cuanto más los valoramos, más cuidadosamente ideamos los medios para garantizar su perfecta seguridad. ¿Y no protegerá Cristo a la Iglesia que compró con la sangre de su propia vida? ¿Crees que nuestra seguridad no tiene importancia para él? S t.

En cualquier caso, Pablo pensaba de otra manera: "Sé a quién he creído, y estoy convencido de que puede guardar lo que le he encomendado para ese día". ¡Oh, si tan solo pudiéramos dejar todo en manos de Jesús!

III. La propiedad confiere disfrute. —La cabaña puede ser pequeña y el jardín que la rodea puede que no sea más que una estrecha franja de tierra en la que crecen las flores más hogareñas. Unas pocas libras comprarían la propiedad absoluta en el mercado abierto. Pero que sea del propio cottar y él lo amará como ningún extraño podría amarlo jamás. Somos del Rey. Nuestros corazones son la morada del Rey.

Nuestras vidas son el jardín del Rey. ¿Encuentra allí gozo? Dulcemente, la Esposa del Cantar de los Cantares invitó al Esposo a visitar Su jardín: "Que mi Amado entre en Su jardín y coma Sus agradables frutos". ¡Oh, que la Iglesia de Cristo pudiera dirigir tal invitación a su Señor! ¡Oh, que pudiéramos darle la bienvenida individualmente en términos como estos! ¿Podemos hacerlo?

-Rvdo. Sembradora GA.

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