18-21 Observa cómo se describe al delincuente aquí. Es un hijo terco y rebelde. Ningún niño debe sufrir por debilidad de capacidad, lentitud o torpeza, sino por obstinación y terquedad. Nada arrastra a los hombres hacia todo tipo de maldad y los endurece más segura y fatalmente que la embriaguez. Cuando los hombres se entregan a la bebida, olvidan la ley de honrar a sus padres. Su propio padre y madre deben quejarse de él ante los ancianos de la ciudad. Los hijos que olvidan su deber deben culparse a sí mismos y no culpar a sus padres si son tratados con menos cariño. Debe ser apedreado públicamente hasta la muerte por los hombres de su ciudad. La desobediencia a la autoridad de los padres debe ser muy malvada cuando se ordenaba tal castigo, y no es menos provocadora para Dios ahora, aunque escape al castigo en este mundo. Pero cuando los jóvenes se convierten tempranamente en esclavos de apetitos sensuales, el corazón pronto se endurece y la conciencia se vuelve insensible; y no podemos esperar nada más que rebeldía y destrucción.

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