1-8 Se hizo un pacto solemne entre Dios e Israel. Fue muy solemne, tipificando el pacto de gracia entre Dios y los creyentes, a través de Cristo. Tan pronto como Dios separó para sí a un pueblo peculiar, los gobernó con una palabra escrita, como lo ha hecho desde entonces. Los pactos y mandamientos de Dios son tan justos en sí mismos, y tanto para nuestro bien, que cuanto más pensamos en ellos, y cuanto más clara y plenamente se nos presentan, más razones podemos ver para cumplirlos. La sangre del sacrificio fue rociada sobre el altar, sobre el libro y sobre la gente. Ni sus personas, su obediencia moral, ni sus servicios religiosos, se encontrarían con la aceptación de un Dios santo, excepto a través del derramamiento y rociamiento de sangre. También las bendiciones que les fueron otorgadas fueron todas de misericordia; y el Señor trataría con ellos con amabilidad. Así, el pecador, por fe en la sangre de Cristo, rinde obediencia voluntaria y aceptable.

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