1-11 Cristo no encontró ninguna falta en la ley, ni excusó la culpabilidad del prisionero; ni toleró el pretendido celo de los fariseos. Se autocondenan los que juzgan a los demás y, sin embargo, hacen lo mismo. Todos los que están llamados a culpar las faltas de los demás, se preocupan especialmente de mirarse a sí mismos, y de mantenerse puros. En este asunto, Cristo se ocupó de la gran obra para la que vino al mundo, que era traer a los pecadores al arrepentimiento; no para destruir, sino para salvar. Se propuso llevar al arrepentimiento no sólo a la acusada, mostrándole su misericordia, sino también a los acusadores, mostrándoles sus pecados; ellos pensaban insinuarlo, él buscaba convencerlos y convertirlos. No quiso inmiscuirse en el oficio del magistrado. Muchos delitos merecen un castigo mucho más severo que el que reciben; pero no debemos dejar nuestra propia labor, para asumir aquella a la que no estamos llamados. Cuando Cristo la despidió, fue con esta advertencia: "Vete y no peques más". Aquellos que ayudan a salvar la vida de un criminal, deberían ayudar a salvar el alma con la misma precaución. Son verdaderamente felices aquellos a quienes Cristo no condena. El favor que nos hace Cristo en el perdón de los pecados pasados debe prevalecer en nosotros: "Vete, pues, y no peques más".

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