1-11 La entrada de Cristo en Jerusalén muestra, de manera notable, que no temía el poder y la malicia de sus enemigos. Esto animaría a sus discípulos, que estaban llenos de miedo. También, que no se inquietó al pensar en sus próximos sufrimientos. Pero todo marcaba su humillación; y estos asuntos nos enseñan a no pensar en las cosas altas, sino a condescender con los de condición baja. ¡Qué mal nos viene a los cristianos tomar el estado, cuando Cristo estaba tan lejos de reclamarlo! Acogieron su persona: Bendito sea el que viene, el "que debía venir", tantas veces prometido, tanto tiempo esperado; viene en el nombre del Señor. Que tenga nuestros mejores afectos; es un bendito Salvador, y nos trae bendiciones, y bendito sea el que lo envió. Alabado sea nuestro Dios, que está en lo alto de los cielos, sobre todo, Dios bendito por los siglos.

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