7-12 No hay mayor enemigo del temor del Señor en el corazón que el engreimiento de nuestra propia sabiduría. La prudencia y la sobriedad que enseña la religión, tienden no solo a la salud del alma, sino a la salud del cuerpo. La riqueza mundana no es más que una sustancia pobre, sin embargo, tal como es, debemos honrar a Dios con ella; y aquellos que hacen el bien con lo que tienen, tendrán más para hacer más bien. Si el Señor nos visita con pruebas y enfermedades, no olvidemos que la exhortación nos habla como a los niños, para nuestro bien. No debemos desmayarnos bajo una aflicción, ya sea tan pesada y prolongada, ni dejarnos llevar por la desesperación, ni usar medios incorrectos para el alivio. El padre corrige al hijo a quien ama, porque lo ama y desea que sea sabio y bueno. Las aflicciones están tan lejos de hacer daño a los hijos de Dios que, por la gracia de Dios, promueven su santidad.

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