Le prestó, pero no con el propósito de volver a pedirlo. Todo lo que le demos a Dios, puede decirse por este motivo que le fue prestado, para que, aunque no lo recordemos, él ciertamente lo devolverá, para nuestra inefable ventaja. Él adoró, no a Elí, sino al joven Samuel, de quien se habla en este versículo y en el anterior, y que era capaz de adorar a Dios de alguna manera, al menos con adoración externa.

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