¡Ay de ti! Nuestro Señor pronunció ocho bendiciones sobre el monte: pronuncia ocho ayes aquí; no como imprecaciones, sino como declaraciones solemnes y compasivas de la miseria que estos obstinados pecadores se estaban trayendo sobre sí mismos. No entréis, porque no sois pobres de espíritu; y estorbais a los que así serían.

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