Epístola de Cipriano LXXIII

Pero si en todas partes se llama a los herejes nada más que adversarios y anticristos, si se los declara ser personas a evitar, y a ser pervertidos y condenados por sí mismos, ¿por qué no deben ser considerados dignos de ser condenados por nosotros? , como se desprende del testimonio apostólico[6]

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