Crucifícale, fue el grito que llegó ahora a sus oídos, impulsado por los principales sacerdotes, repetido por la multitud. Aun así, el procurador no cedió, aunque ya en Cesarea había tenido pruebas de la invencible tenacidad de una turba judía, a la que ni siquiera la perspectiva de una muerte instantánea podía disuadir (Jos. Antiq . xviii. 3. 1). Resolvió hacer otro llamamiento directo a la multitud emocionada. "¿Por qué habría de crucificarlo?" "¿Qué mal había hecho?"

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